“Las cámaras comenzaron a duplicar el mundo en momentos en que el paisaje humano empezaba a sufrir un vertiginoso ritmo de cambios: mientras se destruye un número incalculable de formas de vida biológica y social en un breve período, se obtiene un artefacto para registrar lo que está desapareciendo”.
Susan Sontag: Sobre la fotografía.
Del libro El legado, donde Edward Curtis publica algunas de sus más de 40.000 fotografías a originarios norteamericanos, recuerdo una escena de un –pongamos, en mi extravío de la fuente- indio navajo, a quien le acercan una fotografía de un ancestro y que, en cuestión de instantes, rememora toda su historia personal. Esta anécdota, lejos de contradecir la versión animista del indio negándose a la foto por temor al robo de su esencia, la complementa. Habla del poder oculto del material fotográfico cuando no se abusa del mismo.
Postales y memorias de Cañuelas me empujó a una vivencia parecida del alma, pero a un nivel colectivo, más difícil de descifrar y otorgar nombres personales. Y al igual que los ancestros del supuesto navajo, hay que decir que la vivencia atañe a unas pocas familias que vivieron la plaza central, y que como en aquel no disminuye su mérito aunque la etnografía posterior haya visto una expoliación.
La compilación del archivo de Oraldo Giatti (1890-1990) que hace Germán Hergenrether no intenta una cronología, su división es temática (La plaza; Edificios públicos; Producción, industria y comercio; El templo; Comunidad), y aun sin conocer todo el material disponible, es innegable la aproximación a un libro de autor: el de Germán Hergenrether. Dentro de las divisiones dichas se nota, y es lo que impacta, la reunión de tiempos, estados de conservación, perspectivas, profundidades, característica material toda puesta en contraste, que hacen que el libro no solo nunca aburra, sino que también produzca los estados de ensoñación de los que habla Susan Sontag.
Por ejemplo, el libro abre con una imagen de una plaza cuasi selvática, subtropical (páginas 16 y 17) que acompaña la misma vestimenta del protagonista, y luego nos lleva, sin orden, como en el armado de un poliedro irregular, a las demás. La de 1915, curiosamente más parecida a las últimas por su estado de poda, la primera dicha de 1925, la de 1937 (elegida, también, para tapa), completamente pelada, decisión del intendente por el brote de poliomielitis. Desde ahí, la misma plaza Buenos Aires, llamada como la calle principal, hasta 1955: cuando cambio de veredas, hoy visibles, el emplazamiento del monumento a San Martín en reemplazo de la copa, y el nuevo nombre. ¿Señas argentinas, cañuelenses en esto? Por supuesto. Desde cero, espejarnos en lo nuevo, modernidad, escape. (Al día de hoy el mismo San Martín, con la excepción de la intervención LGBT de 2023).

Presentación en la Biblioteca Nacional.
La historia del templo sigue el mismo camino de capas, borramientos y modernizaciones. La sección abre con una foto del templo semidemolido en 1977, el techo prolijamente retirado, las columnas toscanas en pie para la foto, no hablan de Roma antigua ni de un pueblo bombardeado, es la mano humana y su libro de excusas. La primera demolición de uno de los templos, del no se tienen mayores precisiones, data de 1860. En 1862 se pone la piedra fundamental de la Iglesia Nuestra Señora Del Carmen, de la que hoy solo se conserva el campanario (1863), único resto vigía de la plaza y su entorno idéntico a sí mismo, junto con la casa Galizia-Gargiulo (1910), el edificio de la Sociedad Italiana (1915) y los teatros (1891 y 1938), templos de la ficción; el edificio de la Escuela N° 1 (1913) es el segundo en la misma esquina (las páginas 212 y 214 muestran el anterior de 1869; asimismo la 91 el previo a este en calle San Martín). A lo largo del libro Hergenrether complementa las fotos con extractos de crónicas y escritos, la mayoría desconocidos. Sobre el segundo edificio del templo se da la versión que en 1863, en plena construcción, un rayo lo habría derribado casi en su totalidad; Carlos Vega habla del derrumbe pero no su causa, y que el nuevo templo habría comenzado a usarse recién en 1869. El rayo es símbolo de poder celestial que actúa sobre los hombres, a veces a favor, como en la película Volver al futuro o en Frankenstein. Más parecido a este segundo caso fue la mano del verdadero monstruo humano(s) que desde la última demolición de 1977 nos condena a buscar los restos esparcidos.
Las secciones sociales del libro (Producción, industria y comercio; Comunidad) habrán sido las más hojeadas por los cañuelenses. La realidad es que alguien menor de 50 años difícilmente pueda reconocer más que un puñado de rostros. De vuelta, acá se produce un impacto que tiene que ver más con lo colectivo y con el armado del poliedro irregular de la imaginación; a los recortes temporales, de planos y ángulos ciudadanos que la fantasía debe completar se suman los seres humanos en su vida cotidiana. En ese sentido resulta un acierto que el material no se extienda, salvo alguna excepción, más allá de la década del 60, para que ningún poder reclame lo que se le adeudaría.
El libro cierra con un extraordinario, por lo atípico y puntilloso de la investigación, diccionario de fotógrafos y fotógrafas en Cañuelas. Detrás de cada disparo hubo alguien cuyas motivaciones en el fondo desconocemos pero que este diccionario nos permite fantasear igual que en el pueblo y los rostros entrevistos.
Toda ausencia habla de una presencia, del mismo que la presencia oculta una ausencia. ¿Debemos cuidar lo existente? Sin dudas. Pero más tratar de entender por qué no lo cuidamos. No hay un solo Cañuelas, no lo habrá. El que habitamos cada uno con sus memorias es único, poder sacar de ello un sueño colectivo quizá implique alguna coordinación en el despertador más que en el sueño, que aseguramos íntimo, individual. Lo que proyectan estas fotografías es poder soñarlas en un mismo espacio de pérdidas, de presencias y sobre todo de ausencias que en esta se repiten, y para ellas todos también tenemos algún álbum familiar.
Presentación en el Cine Teatro Cañuelas.
Postales y memorias de Cañuelas se puede adquirir en la librería Etchechury o en la tienda Regala, ambas de Cañuelas y a total beneficio del Hogar de Ancianos San José.

