Artes visuales Narrativa

En una época, el país donde estaba la cárcel…

Marcelo Cohen.

XIII

En una época, el país donde estaba la cárcel había pretendido ser una nación; pero a las naciones las alimentaba alguna variante legendaria del origen, la proyección o el destino, y ese país era apenas una gran planicie donde distintas series de hombres habían caído como lluvias de polen o de piedras. Como la acumulación de series no cuajaba en una identidad, los más prósperos de los caídos habían suplido esa falta construyendo un estado. Ineficaz pero bastante amplio, en un tiempo ese estado había presumido de riqueza (en el país se hablaba mucho de la riqueza de la tierra) y ejercido un paternalismo severo pero abrigador. De vez en cuando, como todos los padres, mataba a algunos hijos para protegerse, aunque eso era menos grave que la tendencia del estado a desaparecer, como quien tiene demasiadas deudas y se va suicidando de a poco para que nadie lo note.
Las deudas contraídas por el estado moribundo con los prestamistas, extranjeros algunos, otros vernáculos, las pagaban ahora la mayoría de los habitantes del país en forma de rencor mutuo, degradación, desconcierto y hambre. De lo que había sido un sueño nacional apenas quedaban ciertas instituciones no más resistentes que crisantemos secos. Entre un gobierno y otro, variadas perversiones caían sobre la población como cae la basura de una bolsa agujereada.
La cárcel junto al mar bien podía ser un poco de esa basura. Pero a los presos, el país les importaba muy poco. En el país no sobraba dinero para comprar bolsas de basura, ni abundaban los camiones municipales, y los desechos envueltos en papel de diario que se apilaban en las aceras rotas eran la mejor ocasión para que algunos comieran de vez en cuando.
Y sin embargo los presos eran presos y la cárcel una cárcel.
Existen muy pocos presos que quieran seguir en la cárcel. Los presos, éstos, miraban el mar, miraban a los guardias, recordaban la vida fuera de la cárcel, flores silvestres creciendo en la vía del tren, techos de metal agujereado y lejos, a lo lejos, un Mercedes Benz como un leopardo rojo en la autopista desierta, y volvían a mirar el mar. En momentos de clarividencia, supongamos, se decían: En este país de mierda puede pasar cualquier cosa.
Los presos sabían que no todos iban a salir de la cárcel lo suficientemente enteros para seguir peleando en el mundo. Casi todos querían entrar en ese grupo de privilegio; y como el ticket de entrada era una conquista diaria, personal, a nadie le preocupaba mucho lo que pudiera pasarle a los demás. De no haber estado el mar, cada preso habría calibrado la calidad de su futuro en el percudido espejo de la endeblez ajena.

Marcelo Cohen: La ilusión monarca. El fin de lo mismo (1992).

FOTOGRAFÍAS (Mar del Plata): Tamara Pepe.

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