Artes visuales Historia pensada

La pampa ¿naturaleza o paisaje? El barroco de Lezama Lima

En América dondequiera que surge posibilidad de paisaje tiene que existir posibilidad de cultura. El más frenético poseso de la mímesis de lo europeo, se licua si el paisaje que lo acompaña tiene su espíritu y lo ofrece, y conversamos con él siquiera sea en el sueño. El valle de México, las coordenadas coincidentes en la bahía de la Habana, la zona andina sobre la que operó el barroco, es decir la cultura cuzqueña, ¿la pampa es paisaje o naturaleza?, la constitución de la imagen en paisaje, línea que va desde el calabozo de Francisco de Miranda hasta la muerte de José Martí, son todas ellas formas del paisaje, es decir, en la lucha de la naturaleza y el hombre, se constituyó en paisaje de cultura como triunfo del hombre en el tiempo histórico. El sueño de Sor Juana es la noche en el valle de México, mientras duerme parece como si su yo errante dialogara con el valle, y los que parecían términos de la dialéctica escolástica se convierten, transmutados por el sueño, en las señales convenidas para los secretos de aquel paisaje. Los artistas sencillos de la escuela cuzqueña filtran en sus lienzos un cielo reverente, tan distante de las nubes que van desde Botticelli hasta Murillo, más como un presagio indescifrable que como una tierna compañía. Y cuando nos proponemos la discusión de si la pampa es naturaleza o paisaje, oímos en las dos primeras invocaciones del Martín Fierro y de La vuelta de Martín Fierro, que el idioma ha sido revivido con nuevo orgullo, confianza y hombría, por una naturaleza que se pone más a ras de tierra para brindarnos su estribo, haciéndose paisaje por el nuevo idioma que lo recorre. Oíd la guitarra de Martín Fierro, con la voz humana que la domina a su mejor lado de compañía:

Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento
-Como si soplara el viento
Hago tiritar los pastos-
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.
Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
Siempre me tuve por güeno,
y si me quieren probar
Salgan otros a cantar
Y veremos quién es menos.

Y en La vuelta del Martín Fierro, reposa como una mole pedregosa acompañada de ríos apacibles:

Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber
Tiene mucho que aprender
El que me sepa escuchar
Tiene mucho que rumiar
El que me quiera entender.

Después del señor barroco, bien instalado en el centro de su disfrute, el paisaje recobra una imantación más poderosa y demoníaca. El hombre desplazado de su centro, vuelve a él aunque su paisaje se muestre irreconciliable, ya para siempre lejano. Francisco de Miranda, no pudo encontrar nuevo centro de un nuevo paisaje, ni en la Revolución francesa, ni en los encantos de un Eros en la Ilustración, en la corte de Catalina de Rusia, ni en la meticulosa y fríamente creadora Inglaterra de Pitt. Se mueve por toda la Europa, pero hasta que no halla su centro de nuevo en un calabozo, donde reconstruye a su país por ausencia, no se siente de nuevo venezolano esencial. Su paisaje tiene ya la suficiente fuerza, para que en cualquier escenario donde se desenvuelva, y abarcó uno de los mayores de su época, vuelva sobre él, lo retome y lo ponga en el centro de su calabozo.

Cada paisaje americano ha estado siempre acompañado de especial siembra y de arborescencia propia. La civilización precortesina se fundamentaba en “la rubia mazorca”, en el maíz, incluso la cultura maya, es la cultura del maíz, del harnero que cubre las estaciones. Engendra un ocio tan distinguido como el que podían disfrutar los griegos, o el otium cum dignitate de los latinos. El barroco tazón del soconusco revela al señor en el puente de mando de su voluptuosidad. Repasa una fatiga, que después ensancha de nuevo en su galpón, en su gran sala de baile. El romanticismo se abandonó, ya en el XIX a la extensión, a la sequía de la planicie, a la errancia que borra sus huellas. El ombú, el árbol que camina en la noche de la pampa, según nos dice un gran argentino, Ezequiel Martínez Estrada, regala la vegetativa mansión en la peligrosa distancia a vencer. Si no el ombú, vaya la ceiba generatriz, con su permanencia vindicativa. Tranquiliza el vientre fecundo y resguarda la estancia en unidad de lugar.

Y la franja, la pinta fina del criollo, lanzada en humo de hoja de tabaco, entre la lentitud del silabeo y los finales de frase, que pugnan por dar un agudo en el armonioso cierre de sus vocales. Árboles historiados, respetables hojas, que en el paisaje americano cobran valor de escritura donde se consigna una sentencia sobre nuestro destino.

JOSÉ LEZAMA LIMA: “Sumas críticas del americano”. Conferencia pronunciada el 26 de enero de 1957 en el Centro de Alto Estudios del Instituto Nacional de La Habana (fragmento). En Ensayos barrocos (Colihue, 2014).

FOTOGRAFÍA (técnica Infrarroja): Christian Grosso.

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