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Fútbol argentino: un triunfo contracultural

Fútbol argentino: un triunfo contracultural de la sociedad civil. Por Sergio Massarotto.

Hagamos un mal comienzo, poco o nada de lo que pueda decir ya no fue dicho por Esperanza Casullo, Martín Rodriguez o cualquier otra nota sobre la selección de futbol y el Mundial. Pero creo que en parte también es porque la Verdad quedó tan a la mano, tan a tiro de piedra que era imposible errarle. Y al mismo tiempo están las ganas de expresarse, de decir alguna cosa más.

Sigamos, ahora sí con lo importante. Ya es noticia vieja que la Selección Argentina ganó su tercera copa Mundial; pero no sólo la ganó, sino que lo hizo llevando a la luz varios factores que son centrales, esenciales y constituyentes del futbol como un hecho cultural del país. Habiéndose mantenido la presencia competitiva de Argentina desde 1974 en adelante (siendo, por ejemplo, junto a Alemania los máximos participantes en finales), incluyendo títulos olímpicos, sub 20 y Copas América, podríamos preguntarnos ¿por qué se sufre tanto y se festejó tanto también? Hay un dato empírico incontrastable en los 36 años sin ganar la Copa, pero creo que hay otra respuesta que tiene que ver con la historia cultural del país y que explica también el milagro contracultural argentino en torno al futbol, por opuesto a la tendencias consideradas de “avanzada”.

El fútbol es la actividad argentina por excelencia. Involucra a todas las capas sociales en todos los niveles. Es incalculable la cantidad de personas que todas las semanas se movilizan por o a través del fútbol: madres y padres llevando a sus hijos a entrenar a clubes de barrio, del ascenso o escuelitas de fútbol; llevándolos a competir los fines de semana, organizando rifas para comprar trofeos y organizar la entrega con alguna ceremonia digna, colectivos que llevan planteles y familias, parrillas prendidas vendiendo choripanes en ligas de toda clase, campeonatos de penales para recaudar fondos para hacer una salita de primeros auxilios o simplemente para repartir a la bolsa, ligas privadas amateurs libres o por edad, familias integrando comisiones directivas, reuniéndose periódicamente, peleándose, organizando cosas y muchísimo más. El movimiento real y social que genera el futbol a lo largo y ancho del país es incalculable y crece ininterrumpidamente (el crecimiento del futbol femenino es algo exponencial) desde que se crearon los clubes a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Eso es a lo que Menotti se refería como un hecho cultural, el fútbol es una construcción REAL, material y colectiva llevada a cabo por la sociedad argentina en su conjunto. Por eso se juntan cinco millones a festejar, por eso el dramatismo, la ansiedad y la felicidad porque este juego hermoso, apasionante, dramático, estético, está hecho por la sociedad y desde la sociedad y eso en Argentina continúa siendo así. Hace unos meses veía una escena en redes sociales, la Bruja Verón, un tipo de mundo, de codearse con el ámbito y las ideologías empresariales, de millones –pero que también jugó Nacional B y Liga de La Plata- sentado en una mesa común de madera dando explicaciones a los socios en la asamblea anual. Tensiones, diálogo, calenturas pero la escena estuvo y se llevó adelante. Democracia argentina. Ese modelo vitalista es el que está y funciona desde el comienzo de los tiempos. No se meten mucho –o como quisieran- ni el Estado ni los privados, con sus intereses y manejos. Sociedad civil pura y dura. Y junto a ese modelo dirigencial se decantó  y sistematizó una forma de formación y promoción de equipos y jugadores.  Eso incluyó urbanizar el potrero, convertirlo en divisiones y ligas de futbol infantil, torneos barriales y otras competencias donde los chicos se inician. Todos los jugadores de la Selección Argentina de futbol que apabulló rivales en el juego y que venció a Francia, el último campeón plagado de atletas, aprendieron los primeros –y fundamentales- movimientos corporales en esos clubes, guiados por ex futbolistas que no llegaron ni siquiera a jugar, a veces, de titular en Primera D o en los Federales; por profesores de educación física formados en los institutos terciarios públicos y por padres con “buen ojo”. Y un sistema de formación es un sistema de educación que incluye no sólo lo técnico. ¿Argentina tierra de formadores? Pocos, muy pero muy pocos, se lleva dinero por la actividad realizada en esa etapa formativa-social. 

Pero además ese modelo cimentó una forma de juego y una estética que esta selección trajo otra vez a la mesa mundial. Avanzar tocando, entrar al área tirando paredes, jugar de primera y a dos toques, pisarla, aguantarla de espaldas como los enganches de los noventa (ver Mac Allister, todo lo que se pueda) pero también “meter” fuerte la pierna, ser “recio” en las divididas, y esperar sin ansiedad y si es necesario a que el rival mueva, girar acompañando mientras se la pasa la línea de fondo rival para apretar solo cuando llega a un lateral y volver a jugar (ver De Paul/ Molina y Acuña, siempre). Hay más, el fútbol argentino ensayó a lo largo de su historia múltiples variantes que robustecieron la formación del futbolista argentino, pero esas notas de juego son las que hicieron y hacen que el plateísta se levante de su asiento en la cancha cuando ve que están sucediendo, sea el que sea el DT del momento. Bielsa decía que hay un murmullo que baja de las tribunas cuando el equipo no coordina bien; hay un saber, una experiencia compartida. Reitero, ese modelo contracultural por democrático, civil, estético y no sobre-escolarizado, es el que mantiene competitivo a Argentina desde comienzos del siglo XX contra sistemas de formación que utilizan muchísimos otros recursos más “tecnológicos” desde temprana edad. Es Bolas de la Vida vs Money Ball. Es Defensa y Justicia frente al Real Madrid, PSG, etc.: ¿quién puede decir cuál es la verdad, qué es lo atrasado, qué lo obsoleto, qué lo nuevo cuando el mejor juvenil del mundial hace seis meses estaba jugando y peleando el tan criticado torneo argentino?  Todo eso conforma, creo, la magia de nuestro futbol, que también compartimos con Brasil.

Por último, buena parte o la mayoría de los jugadores de la selección provienen de los sectores populares, o para ser precisos de la clase media baja del país. Puedo apostar algo: sus padres son todos excelentes jugadores de fútbol que no llegaron pero que transfirieron en sus hijos ese deseo y se esforzaron al máximo para que puedan cumplirlo. El fútbol es también una salida laboral en Argentina; alguien que llegue a jugar en ascenso, Primera B metropolitana por ejemplo, cobra un sueldo similar a un operario de fábrica. Son miles los puestos de trabajo en la actividad profesional argentina, directa o indirectamente. Hay también un mercado mundial para el futbolista argentino que se atreva a viajar a países no muy desarrollados en la actividad pero que pagan sueldos. Esos riesgos quizás no sucedan tanto en otras capas sociales, más temerosas de la fuerza de succión de la nada, de perderlo todo, pero sí en los sectores populares acostumbrados a la tormenta. Hay ahí una gestualidad conocida y también una forma de hablar, la que en distintos matices hablan Otamendi, el Dibu, Enzo Fernandez, Thiago Almada, Cuti Romero, Lisandro, Montiel , etc. La conocemos, es la lengua popular. Una lengua alegre, jocosa, ganadora, que va para adelante siempre: es la misma lengua que utilizan los que salen campeones en las ligas locales. La selección también trajo esa esencia al primer plano, como dice creo que Casciari (no leí la nota, confieso); pero no hace falta esperar a que juegue de nuevo y se acerque un periodista a preguntar para escuchar o vivir ese latido. Basta con salir al sol, cruzar las vías de cualquier pueblo argentino, caminar algunas calles de tierra, meterse en el club de barrio, saludar, disfrutar y dejarnos ser. O más de entrecasa: cebarse un mate, mirar algo en el horizonte, prender un fuego, o cortar una botella y armarse un ferné.  Arrancamos mal, terminemos bien: viva Argentina la libre, hermano.

FOTOGRAFÍAS DEL FESTEJO EN COMODORO RIVADAVIA: AGUSTÍN TOMÁS TORRES.


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