Humanos y campeones
“Casi todo lo abstracto se puede negar: derecho, belleza, verdad, bondad, espíritu, Dios. Lo serio se puede negar; el juego, no”.
(Huizinga, Johan: Homo ludens.)
Nos fuimos olvidando de los estadios construidos a sed y muerte, de la fiesta inaugural misógina –al fin cultural, distinta a los cierres del Súper Bowl con “presencia femenina”- del país sin democracia y derechos humanos. El documental “Los entresijos de la Fifa” en Netflix muestra el comienzo de los negociados de la Federación del Fútbol justo en el Mundial ’78, bajo el gobierno de facto que “aplastaba disidentes”, según la extraña terminología usada. De Argentina a Qatar. Del gauchito al fantasma. Y ganamos los dos. ¿Esto es el fútbol? Sí y no. El hombre es un animal que juega. La tesis de Huizinga en Homo ludens. Los animales juegan pero no crean relato del juego, no existe la distancia que permite que otros vean jugar. Mirar es otro juego. El teatro mismo es un desprendimiento lúdico de las liturgias religiosas. La máscara (¿hay algo más detrás?, pregunta Nietzsche). La poesía épica desapareció, pero tenemos el fútbol. Protestas y gobiernos apenas llenan una plaza: fútbol. Derechos, no: fútbol. ¿Nación, federación?: fútbol, fútbol. ¿Grieta? Camisetas hasta para los cartoneros. Y carnaval.
Sergio Massarotto, en su gran escrito Fútbol argentino: ese triunfo contracultural de la sociedad civil que me impulsó a terminar el mío empezado antes de la final, habla del fútbol hecho cultural. Pensé, es el fútbol hecho cultural el que estalló ante nuestros ojos los días de los festejos. Pensar el fútbol juego, donde se necesita el hábito de jugarlo o mirarlo, es potente, poético, cultural, y no hay razón para dejar el fenómeno fútbol fuera de las canchas solo a los sociólogos. El desafío acá es pensar el juego desbordando las canchas. La marea de camisetas inundando las calles. Insistir en el juego, pensar desde su lógica.
El cabeza más grande del mundo
“Al conocer el juego, se conoce el espíritu”.
(Homo ludens)
Entre las escenas vistas los días de la celebración -cenizas de difuntos a la multitud, parejas formadas arriba de los semáforos, patrulleros tomados con policías adentro- en una avenida que podría ser CABA, Mar del Plata o Bahía Blanca, llena de gente pero no atestada, un grupo de amigos empieza jugar “un cabeza”. Una vez que la pelota vuela, el grupo indiscernible de cinco o seis se amplía a los vecinos inmediatos y ya son diez, treinta o cien. Empiezan a contar los golpes para mantener la pelota en el aire, y el furor crece con la distancia que la pelota recorre en la multitud. El éxtasis no proviene del uso de la técnica, variable, confusa, sino de remontar la pelota al cielo entre desconocidos, unidos por lo mismo: Argentina Campeón Mundial. Con el grito “dale campeón, dale campeón…” estallan remolinos, círculos incompletos, pero el juego sigue. La distracción y la dificultad aumentan, mas siempre habrá abajo alguien blanquiceleste que pueda patear, cabecear, y mantener la pelota, de un ya inverosímil dueño, en el aire.
Esta clase de escena que podría ser vista en cualquier espectáculo o manifestación multitudinaria unida por algo común, entrega el sentido de emular el mismo juego que se celebra, alegría en la alegría, felicidad en la felicidad. El pueblo ama lo que une –la separación la crea el intelecto- pero también lo que conoce. En los doce capítulos del libro de Huizinga (1938) hay poco o nada sobre la colectivización del juego espectáculo que –utilizando la terminología teatral de Bertold Brecht- voltea la cuarta pared que separa el actor del público. El espectador juega como jugó nuestra hinchada en Qatar y –cualquier juego necesita de especialistas- más importante, hace sus propios juegos. Claro, el primer ejemplo son las canciones, que llamamos “aliento” (ni más ni menos: alma). Los cánticos que los mismos jugadores repetirán después del partido, en el vestuario, y quizá en los entrenamientos. “En Argentina nací” resultó la canción emblema, que hasta se prestó para que los jugadores o alguien cercano luego de la victoria le cambiara la letra, dando cuenta que en la original estaba inscripto el plan logrado. ¿Qué dice la letra? La metemos en las próximas reflexiones.
Argentina antinegra (dice el último blanco)
“Ningún análisis biológico explica la intensidad del juego y, precisamente, en esta intensidad, en esta capacidad suya de hacer perder la cabeza, radica su esencia, lo primordial”.
(Homo ludens)
A la altura de los cuartos de final, se conoció un texto del Washington post con la pregunta “¿Por qué Argentina no tiene más jugadores negros en la Copa Mundial?”. Erika Denise Edwars es especialista y el texto tiene poco discutible, aunque resulta insuficiente. Una noción que el texto apenas roza es la posibilidad de mestizaje, y del ser frente a lo que llama “representación negra”. Es decir que en una democracia, devenida hollywoodense, importa la “representación” antes que las demandas, los verdaderos aportes y el ser negro, mapuche o argentino. Si hablamos de afrodescendientes –término que resulta más actual- el número es bastante más grande que el mencionado, ya que en Argentina hay alrededor de 2 millones con ese componente en la sangre (en el conurbano el 4.3%, estudio genético de 2006). Pero para un juego colectivo importa más la suma que lo individual, la mezcla que lo puro (para que Edwars se quede tranquila, del irlandés Mac Allister a los indios Lautaro Martínez y Acuña), y ahí es donde el aporte del fútbol puede resultar fundamental.
NOTA: Curiosamente, el lema slogan del Washington es “La democracia muere en la oscuridad”, ¿por qué no lo iba hacer en la luz o en lo blanco?
Rotonda. Una teoría
En un seminario de filosofía de la cultura realicé un ambicioso e inacabado trabajo que titulé Hacia una cultura de frontera: filosofía trágica, mestizaje, hibridez. Es Nietzsche –para muchos el primer filósofo de la cultura- quien en el póstumo La filosofía en la época trágica de los griegos presenta a Platón como un impuro, “los caracteres mezclados”, “mixtos” de Platón que hace que todos los filósofos siguientes sean fenómenos “no típicos, caricaturas”. Platón realiza el primer y decisivo mestizaje cultural: los números pitagóricos (secta de inspiración oriental), la filosofía atomista, y con seguridad ciertos conocimientos revelados de los rancios sacerdotes egipcios. Esto cambia todo. Si en uno de los orígenes más célebres de nuestra cultura, el ático, ya hay mestizaje. Para nosotros latinoamericanos, en cambio, no es una sorpresa. El trabajo sigue con Rodolfo Kusch (en especial su libro La seducción de la barbarie) y Néstor García Canclini, antropólogo argentino residente en México, y su libro Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. García Canclini (2001) trabaja con dos de los “mayores laboratorios de la posmodernidad”, Nueva York y la frontera mejicana estadounidense y su bi-nacionalidad, deteniéndose en el arte y en la lengua. Nosotros necesitábamos hacer territorio, por lo que la monografía finaliza con la exploración de algunos artículos de Conurbano infinito de Rodrigo Zarazaga y Lucas Ronconi, la frontera cultural a mano. ¿Y el fútbol? Ahí va. Entonces corría el año 2018, fin del mundial, Francia campeón, con más de la mitad del plantel y el equipo titular de origen africano. Fuera del trabajo quedaron algunos textos de fútbol. Este es uno:
“Otro fenómeno de máxima popularidad como el fútbol, en los últimos años se desarrolla en tal combinación de caracteres, tonos y métodos, que lo hacen una efervescente cocina cultural. Los clubes más poderosos eligen sus jugadores con la libertad estética de una colección de museo, disputándose las piezas más valiosas del mercado. La diferencia es que son fuerzas vivas, que una vez ensambladas en sus equipos, devolverán su valor con creces a consumidores y afición. No se puede hablar de alineación; los jugadores impregnan con su forma de jugar el equipo y alimentan la historia del club, fija y respetable, pero cada vez más vencida por un presente frenético que enloquece su panteón. La lógica del capital de los clubes más poderosos es la misma que la de los países con colonias repartidas por todo el globo. Selecciones que arman sus equipos con “restos del mundo”, aquel viejo nombre dado en amistosos a los rejuntes para enfrentar al equipo local u homenajeado. Son casos excepcionales, dentro de las grandes europeas, las que arman su plantel sin las novísimas migraciones, y en las débiles, cuando eso no ocurre, se importan directores técnicos y métodos. Se dirá que todo en el afán de resultar más “competitivo”; y justamente se trata de pensar si esa mayor competitividad no se logra en la mezcla, donde parece encontrarse un equilibrio. Brasil, el gigante, máximo campeón, un crisol biológico y cultural que irriga una identidad. Podemos decir que los países europeos siguen el mismo camino, con la diferencia de que la mezcla es pensada, nacionalizada, entrenada a velocidad industrial, vieja materia prima o esclavizada hoy pagada por dar lo que es”.
Muertas las ontologías fuertes y la correspondencia ser-lenguaje, los mitos con que se constituyeron las naciones, ¿pueden seguir los mismos? Según este trabajo es hacia la multiplicidad sin un solo centro, lo transversal, lo no binario, o lo híbrido y la mezcla. Con la diferencia que lo mestizo procrea, lo híbrido no. Y el fútbol parece ser un espejo de la alta tasa de reproducción –aún- de la vida.
Messi y Maradona, negros
Durante los días del Mundial circuló una conocida declaración de Carlos Salvador Bilardo hace unos veinticinco años sobre el porvenir del fútbol africano y oriental. En resumen, hablaba de sus rápidos progresos y por qué el futuro de este deporte puede estar ahí: en la capital argentina y en Europa “ya no se juega al fútbol” (jugar subrayado), en el interior de Argentina y en África claro, sí. Hay algo, o mucho más que genética (la sangre es lo más blando, decía el filósofo Astrada), llamémoslo predisposición, que viene de un entorno social. A la vez que de una geografía. El gambeteador nato, y que recorre largas distancias, proviene de nuestras llanuras, el toque, “el guardar” la pelota, de geografías más encerradas. En Messi se cumplen las características de nuestro jugador, no es posible negar lo evidente, las marcas culturales, de la misma manera que Alfredo Di Stéfano, el “jugador total”, dijo haber aprendido todo de José Manuel Moreno, compañero en River, Messi desciende directamente del linaje Sívori-Maradona: gambeta en velocidad, freno, aceleración, golpeos y pases al límite de lo posible, todo a lo que Leo le baja el centro de gravedad y suma verticalidad.
Dejemos por un rato lo obvio y volvamos a los caracteres mezclados del casi infinito juego. En Messi se pueden ver otros gestos, si no del juego complementarios que, en el total, pueden tornarse decisivos. Al otro extremo de Cristiano Ronaldo, quien en sus goles celebra sacando pecho “acá estoy yo”, Messi mira y señala con sus dos índices al cielo. Néstor Borri, de la comunidad Factor Francisco, escribió sobre esto: “Y el cielo, que Messi señala. El cielo, además de los muertos queridos. El cielo, junto con la sorprendente presencia de “4” (menciones a los) muertos en la canción emblemática de estos días: Diego, sus padres, los chicos de Malvinas… Los gestos- y los dichos- de Lionel, lo traen todo el tiempo. La concepción de su talento como don, la responsabilidad que conlleva, los dedos con la mirada hacia arriba alternando con el puño en alto”. Y más adelante: “…la hermosa ‘superstición’ de nuestra gente que viene afirmando con simple declaración, pero formulada con la precisión y el énfasis de una advertencia: ELIJO CREER”. El mismo Messi lo dijo: “Yo sabía que Dios me iba a dar esta copa”. Este gesto que bien describe Borri, en realidad, lo venimos viendo hace rato: en jugadores brasileros, colombianos, ecuatorianos, y claro, africanos. Festejo al que en estos casos a veces sigue un baile –en Argentina y Europa pasa por provocador- y un círculo que se forma casi siempre con jugadores de la misma nacionalidad (lo hemos visto en Boca con los colombianos Villa, Fabra y algún otro que se quiera sumar).
Hoy 6 de enero, fiesta de San Baltazar, celebración afroargentina más relevante, traemos del especialista Norberto Pablo Cirio algunos conceptos que aprendimos de sus cursos sobre candombe, entendido como modo de vida. Cirio se encuentra elaborando los principios de lo que la llama la “filosofía afroargentina”. De once relacionados, compartimos cuatro: Todo está vivo (en cuerpo o espíritu, música o danza); Los muertos son vivos en espíritu y se presentan a través de la danza; Yo soy nosotros (el candombe además de género musical es un género social, estar en grupo, candombe es: “nosotros los negros”); Ante todo, la libertad (si querés bailar, aunque esté mal, hacelo). Diego desde el cielo, los espíritus, la tradición juegan; la libertad en el festejo, en los gestos, en el lenguaje…Arcanos de un juego.
Un ejemplo más, o bien un cuento, anónimo, que copiamos con mínimas modificaciones. Un antropólogo intentó probar un juego con unos niños de una tribu africana; colocó una canasta llena de frutas deliciosas junto al tronco de un árbol y les dijo: El primer niño que llegue al árbol y toque la canasta, se ganará toda la fruta. Cuando el antropólogo les dio la señal de inicio, y pensó que iban a correr para ganarse la fruta, se sorprendió de que comenzaran a caminar todos juntos, tomados de las manos, hasta que llegaron al árbol, tocaron la canasta y compartieron la fruta. Él les preguntó que por qué hacían eso, si cada uno de ellos podría haber conseguido la canasta de fruta solo para ellos o para repartirla con sus familias. Los niños respondieron todos juntos y a una sola voz: UBUNTU. El antropólogo intrigado comenzó a indagar entre los adultos de la tribu: resulta que “ubuntu” en el propio lenguaje significa: “yo soy porque todos somos”.
Ubuntu viene del zulú, al extremo sur de África. Ahora Rosario. Messi, 8, 10 años, acaso. Uno de sus entrenadores le juega una apuesta: si hacés tres goles te doy una coca. Desde luego, Messi hace los tres goles. Leo recibe la gasesosa y, en vez de tomarla solo, va y la comparte con sus compañeros. El entrenador mira azorado. Al otro juego, es Leo quien le pregunta si la apuesta continúa.
A poco de este final, el muerto más presente, Maradona. D10S. El fútbol es tan monoteísta como politeísta y panteísta. Dios, dioses, o el dios inmanente del juego más hermoso. Últimos estudios afirman que “Diego Armando Maradona desciende de un esclavo sanjuanino, que tomaba el apellido del amo, Fernández Maradona. Al ser convocado al ejército, ganó la libertad; un hijo suyo se radica en Corrientes, que es de donde viene la descendencia”. Es como si lo hubiéramos sabido siempre. El pelo, la boca, juego, danza…
Un mito, una nación
“Los animales pueden jugar y son, por lo tanto, algo más que cosas mecánicas. Nosotros jugamos y sabemos que jugamos; somos, por tanto, algo más que meros seres de razón, puesto que el juego es irracional”.
(Homo ludens)
Edwars en el Washington post habla del mito blanco de la Argentina. Aunque no es nuestro único mito fundante, efectivamente, no hay nación sin mito. La búsqueda de pureza religiosa y luego étnica con la que se constituyeron la mayoría de las naciones aún sigue latiendo. Las ideas de la revolución francesa hasta ahora han sido un antídoto ineficaz o, postulamos, inadecuado. Pero primero Argentina, segundo Francia. Sigamos con el fútbol. Sergio Massarotto, en la muerte de Maradona, escribió para La Acacia: “Maradona nos dio infancia y una felicidad con otros, compartida; ergo, nos dio Patria. La que pudimos, la que queremos, no sé si la mejor, pero la nuestra”. Esta patria, esta nación futbolística, con Maradona en muchos momentos sentimos que era algo más que eso “patria, nación futbolística” sino una patria, una nación que Diego, desde el gol a Inglaterra (o empiece donde guste) reconstruyó a través de pérdidas: unas aciagas y desde entonces queridas islas, un primer campeonato mundial siempre culposo por quienes no pudieron festejar, un gran y victorioso sur… O miremos una galaxia de enfrente (dijo el astrónomo David Levy) para saber cómo es la nuestra. Argentina suburbio de Bangladesh. Compartir patria, nación y juego, pero no territorio, casa y lengua.
Pudimos saber, hace años, de los bangladesíes, que Messi era una continuidad de Maradona, y no exigir, comparar, vapulear personas. En Bangladesh miraron al cielo antes que nosotros. A Messi se le pidió la enormidad de descrifar un mito. No es verdad que la comparación con Maradona la insertó solo el periodismo; a Messi se le notaba la carga a cada paso, descifrar el camino a la gloria, nada menos. Y lo hizo de la única manera que lo pueden hacer los genios: siendo sí mismos. Sucedieron dos cosas, la primera impensada, la segunda deseada y que ya sentíamos imposible: murió Maradona, Messi levantó la copa del mundo. La realidad puede ser un meme invertido. La generosidad del último capitán es grande.
FOTOGRAFÍAS DEL FESTEJO EN COMODORO RIVADAVIA: AGUSTÍN TOMÁS TORRES.