Narrativa

La mirada perdida de la ciudad

EL TERMO REVENTADO

Ramiro De Mendonça.

Las supersticiones carecen de argumento. Son pequeños presagios de muerte. Toman la forma del gato que se cruza, del paraguas que se te abrió en lo de tus suegros. No soy ni supersticioso ni ateo. Soy dudante. Veo cómo se me cruzan los gatos y a veces olvido tocar madera. Digo fue, la pucha, mirá si voy a andar atento a esto. Si se me adelanta la parca, tarde o temprano iba a aparecerse. La mala suerte anunciada lo es, en todo caso, para los ambiciosos. Los de grandes ilusiones. A esos sí que la superstición los atormenta. Los que viven para grandes números, largas piernas de mujer y prestigios sociales. ¿Cómo no van a temer que les bajen todo de un hondazo? En mi caso, esto me dura hasta que cazo un pejerrey. Uno chiquito apenas. Lo quiero cuidar, es mi tesoro. Y ahí sí que le rezo a la virgen, arrimo a la pared la escalera y trato de no caerle mal a nadie. Entonces, como una sombra que se alarga por la vereda me empieza a perseguir esa mala suerte de los locos. Ay de mí, una vez que me toca tener algo. Me ato a la rueda de la fortuna para no perder mi casillero. Y la ruleta me arrastra. Son esos amagues de la suerte, como esta mañana que seguí dos cuadras a Lucía.

¿Cómo no me avisaron que es mufa que se te reviente un termo? Esta cosa de ir cebando mate creyéndose que el mundo es el patio de una casa. Al primer movimiento brusco, te explota contra el molinete del subte. Ir caminando apurado y en rol contemplativo siempre me trae problemas.

Como decía, perseguí a Lucía durante dos hermosas cuadras. Hasta pensé en una canción en inglés que pudiera gustarle, un color de rosas, un barcito al que ir. Iba detrás de sus pasos tal como ella hubiese perseguido a un holandés rubio de visita por Argentina. Cuando el inglés es el único medio de comunicación, cambia la mirada de las compatriotas. Íbamos los tres ordenados en filita, cada cual detrás de un sueño. Vaya uno a saber qué carajo quieren acá estos holandeses. Son lindos, son altos. Tienen aspiraciones sobrehumanas. No estarían persiguiendo a una argentina a mi manera. Seguro habrán perseguido a alguien. Pero no así, en lengua de sirvientes. I can say a few words pero no puedo holandizar su mirada. I can’t say her a secret in her ear. Sólo puedo gritarle desde lejos: ¡Puta, puta! Esa voz mía que habla en mis pensamientos: ¡Lucía! ¡Judía! ¡Loca! El holandés debe decir cosas así también. Pero mea con chorros de oro.

La seguía como un loco que quiere saber la fecha de su muerte.

Yo salía a la superficie con un mate huérfano, luego de abandonar el termo reventado junto a un tacho de basura. Puede que uno al quedarse con menos quiera recuperar lo perdido en cualquier forma. Entonces fue que la vi de lejos.

La cuestión es que iba vestida como ella. Un sobretodo blanco y negro, como de pana. El pelito. Unos pantalones anchos a la moda de las jóvenes. Aunque qué hacía caminando entre las sinagogas de Once, tan lejos de su trayecto habitual.

Lucía, debo aclarar, es una chica costumbrista. Se queda en su casa, toma siempre el mismo colectivo y va a los mismos lugares. Gira en torno a un circuito cerrado. No sé bien por qué dejó de hablarme. No creo haber sido un desvío en su vida. Más bien me debo haber interpuesto en su circuito intransgresible. Quisiera haberle cambiado algo, por lo menos, que haya tenido que ensanchar el trayecto, poner un cartel. Pero no parece.

La seguí esas dos cuadras y ni vuelta se dio. Típico. Sigue la ruta ajena a cualquier sueño, a menos que se cruce un holandés. Ya ven lo bruto que soy, cómo escribo y cómo hablo. La seguí como una rata. En silencio, por el suelo o subido al cableado. Le perdí el miedo a la corriente. A lo último me apuré un poco más. No fuera cosa que la persiguiera por la eternidad, llevando los dos el mismo ritmo. Hablé fuerte: Mirá vos. Pero ni se mosqueó. Me arrepentí de inmediato. Chiflado, enfermizo, ¿No te basta con lo que estás haciendo?

Hubo semáforo en rojo. Los peatones cerraron el paso. Giró hacia la izquierda y vi la gran nariz que mataba mis fantasías. Esa nariz de NO. Esa narizota. Y ese peinado de frente que decía soy peluca. Digamos que perseguí un peluquín durante varias cuadras. Dos, en verdad. Pero a la vez varias. Me acerqué a ella igual. Quería decir algo. Tenía que hacerlo. La agarré del sobretodo y la judía pegó un grito.

¿Pueden creerlo? Los pantalones anchos eran en realidad una pollera.

FOTOGRAFÍA: Christian Grosso.

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