Artes visuales Poesía

El gol a los ingleses o el acecho de la poesía

Por Juan Manuel Rizzi.

Lo estamos viendo. Una de las ventajas del tiempo de la técnica: detenerlo, volverlo a ver. In mente todo el gol. Esa pisada, viéndola mejor un giro. La pisada, apenas un toque con la zurda. El giro, 180 grados, para quedar mirando al arco, y el desmarque del 20 y el 16. La belleza del giro coincide con su eficiencia, común en el deporte. No es común la belleza, un solo movimiento para todo, de ahí la belleza. Repetimos una, otra vez, y ocurre de nuevo; lo admiramos y no comprendemos la figura. No hay pensamiento allí. Para Maradona tampoco, pero con ese giro Maradona crea el pensamiento. Porque el giro hacia al otro arco es todas las posibilidades, incluida la del gol. El gol, decimos, está en el giro y en el toque leve con la zurda hacia al arco contrario. Al animal que ya vemos maniatado cuando el gaucho diestro comienza a girar su lazo. Es la diferencia con el gol de Messi al Getafe, tantas veces comparado. Messi impulsa la pelota en la dirección correcta desde el comienzo, destraba cualquier dificultad con el poder de su gambeta. Dijo Riquelme: solo Lío puede meterse en el lío y pasar. Trazar el camino más corto y completarlo. Messi es geométrico, Maradona artístico, musical. Y ahora no hablamos de eficiencia. Agregamos que ese primer toque hacia al arco pertenece al giro como al resto: el principio, y el origen que está en el giro. Este gol tiene origen, lo infuso de la creación de la obra, y principio, el reconocimiento de un recorrido, a diferencia de casi todos los otros. Entonces el giro, ¿cuántas cosas más? El dominio del torero, pecho lleno. ¿Una danza? En el gato y la chacarera la media vuelta es a distancia de la pareja, en el tango, entrelazada. Esta es una combinación de las dos. Danza contemporánea. El paso Maradona, inimitable. La pelota, la pareja, lento resorte, vuelve a quien la impulsó. Y se desprende y se va. ¿Qué es primero, el ir o el desprenderse? Ya dijimos: lo mismo en su diferencia. Ambigüedad de la emoción, sabiendo que vamos a reír y a llorar. El llanto contenido en cualquiera de las notas. Dice San Agustín que el momento máximo de un cántico es cuando toda la acción pasa de la expectación a la memoria y aún cada sílaba se produce como la primera vez. Lo mismo pasa con este gol. Vuelto cántico o poema por el repeat. ¿Por qué lloramos más o menos en la mitad y no en su conclusión? Porque es una obra maestra, y cada parte vale lo mismo que su definición, que llenará la estadística, y aun ese grito es mucho más (no todos los gritos son iguales). Pero la intensidad que nos fue dada (música, dijimos) para esta reflexión, la podemos encontrar en cada nota, en cada golpe de corazón, ahogados en un grito de belleza, que ya no necesitamos dar. Vive ahí. Se desprende y se va. Dicen que la caballerosidad inglesa impidió tomarlo de cerca. La caballerosidad ante el mejor caballero. Centauros de la pampa, los mejores jinetes del mundo, Rosas bajo la lente de aumento de Sarmiento. Pero Maradona es toda una caballería, un malón indescifrable. La suficiencia del salto al 8, como quien se abre camino en un pastizal, y el último engaño de punga al arquero de “me llevo la pelota a casa” a la estocada final, ladeada, al aire del galope, en el instante que parecía caer boleado.

Si el primero fue una respuesta a la guerra (decimos), por eso lícito (demostrar el injusto combatir con distintas armas, y el fútbol, reglas solo rotas con el cuerpo), el segundo es el movimiento principal de la sinfonía que acarrea toda épica. Música para la que no nos alcanza ninguna letra (el relato de Víctor Hugo es una de ellas, sobre todo la mudez y la repetición “genio, genio, genio”). Y después el vacío, solamente un gran vacío. Del que en estos días solo entendemos un poco más.

2007/ nov. 2020.

Imagen: Serigrafía del dibujante Costhanzo que interpreta el gol de Maradona como una partitura musical.

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