Gente entrevista Narrativa

Pablo Ruocco: trashumante de la línea Roca y coordinador de “Historias para salir”

Pablo Ruocco (Lomas de Zamora, 1985), escritor, psicólogo y psicodramatista, coordinó la antología literaria Historias para salir (Editorial Mandala Fruta, de la que Ruocco también es director), la misma que articula tres talleres de escritura a su cargo: en la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Ezeiza, en Centro Cultural “La Rueca” de Monte Grande y en Espacio Teatral Canning. Habló con La Acacia.

—¿Cómo llegás a Tristán Suárez, donde ahora estás establecido? Los de Cañuelas te conocimos acá, hace años, por tus desempeños en el área de teatro de El Cultivo. Y habida cuenta nuestro conocimiento incompleto, ¿cómo nace y se desarrolla tu interés también por la narrativa o la escritura en general?

—A lo largo de mi vida me he movido por diferentes lugares de zona sur, saltando de una estación a otra de la línea Roca. Viví toda mi infancia en Monte Grande. Después cuando me fui a vivir solo a Temperley desarrollé mi actividad como psicólogo y psicodramatista. Actualmente vivo y desarrollo parte de mi actividad en Tristán Suárez, donde vivo con mi pareja tras haber sido sorteados en el plan de viviendas Procrear. Era una zona que conocía de paso por ir y venir tantos años a Cañuelas, tal como decís. La escritura siempre fue un área que me interesó mucho, de adolescente escribía historias, cuentos, relatos, nunca asumiéndome escritor, pero a partir de ganar algunos concursos literarios en 2014 o 2015 se me reforzaron las ganas y la dedicación. Y si bien había hecho talleres, por ejemplo con Alberto Laiseca y Sebastián Adúriz en el Rojas, o privados con Juan Carrá, en 2015 ya empecé a cursar la Licenciatura en Artes de la Escritura en la UNA.

—En el prólogo de la antología Historias para salir, escribís: “Nos propusimos no hablar de la pandemia. Pero tampoco se puede andar negando la realidad. Todo lo contrario: más bien se trataría de mirarla de frente —con todo lo duro y cruel que puede ser en este caso— para poder construir una nueva, con otros marcos, leyes y contenidos: la literatura”. El resultado fue el libro. ¿Cómo fue integrar o reintegrar el grupo en este momento y de manera virtual, con qué dificultades o bondades te encontraste?

—Un poco es una paradoja, no referir a algo pero no negarlo y mirarlo de frente. Es una forma de darle entidad a eso, sin explicitarlo. Creo que hay un solo relato donde se puede encontrar la referencia. Es una realidad que nos atraviesa a todos y a todas, y ya está presente en el título de la propuesta. Coordinar los talleres en este contexto empezó siendo un gran desafío y no sin dificultades, en principio por las posibilidades de conexión de cada uno. Yo, intuitivamente, por esas cuestiones que uno no sabe explicar, a comienzos del 2020 propuse unos talleres virtuales de escritura para continuar con la actividad en el verano.

—Sos co-director también de la editorial Mandala Fruta, por donde salió Historias para salir. ¿Cuál fue el origen de este proyecto y qué se propusieron con el mismo?

—Con un gran y añejo amigo, Diego Akselrad, hoy en el Espacio Teatral Canning, tomando unos mates un día empezamos a hablar de libros y literatura. Y mi hermana es editora, hizo la carrera de edición en la UBA. A la vez siempre las ganas de generar proyectos, con Diego nos interesa mucho la gestión, la producción de proyectos artísticos. Este proyecto editorial está pensado para darle mayor visibilidad y difusión a la literatura de la zona sur del Gran Buenos Aires, que a veces es tan difícil. Somos un total de cinco personas trabajando, desde las ganas, haciendo cursos y capacitaciones, conversando con otra gente que ya tenga el recorrido. A fines de 2019 presentamos Relatos de miércoles, el primer libro, y este, Historias para salir, en diciembre de 2020. Para nuestra sorpresa, ya hay un montón de gente que se ha contactado y este año tenemos planeado la publicación de tres o cuatro libros.

—Entre ellos está tu propio libro. ¿Podés adelantarnos algo?

—Todos estos recorridos se coronan o anclan, mejor dicho, en mi propio libro. Proyecto que por la cantidad de actividades de uno a veces se desdibuja. Es un libro de cuentos que se va a llamar Inconscientes, jugando un poco con la doble acepción del término y amigando mi profesión de psicólogo y mi profesión de escritor. Hoy justo empecé a trabajar en el pulido final con el escritor y amigo, director de La Palabra de Ezeiza y de Editorial Muerde Muertos, José María Marcos, con la expectativa de sacarlo entre junio y agosto de este año.

Presentación virtual de Historias para salir en diciembre de 2020.

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Súper real

Salí de repente a la calle, sin ropa. En busca de vida, de gente, de historia.
Al llegar a la esquina, me topé con la realidad. Que no era tan real.
En un instante me miré, estaba vestido. Una capa, un escudo y un antifaz eran mi abrigo.
¿No era eso real? ¿No era eso la vida?
Corrí, combatí, luché, gané, perdí, lloré, reí.
Volví a mi casa y ahí me encontré. Al traspasar la puerta, sin ropa, sin vida, sin historia.

Paula Vergara

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Crónica de un kilo de naranjas

Leandro Agüero fue conmigo al colegio, y aunque le iba bastante mal en lo académico, tenía sus talentos. Lo in­creíble de Leandro es que podía identificar cualquier fruta o verdura. Sí, así como lo leen, ridículo. Pero no digo que podía diferenciar una manzana verde de una roja, sino que te decía la especie, el nombre científico, si estaba podrida o verde, arenosa o jugosa, y así con todas las frutas y verduras que imaginen. Se le daba tan bien que se convirtió en un jue­go. Todos llevábamos nuestros alimentos para ver si alguna vez se equivocaba, pero nunca pasó. Cuando le pregunta­ban cómo era posible, él decía que era porque había nacido y se había criado en una huerta. Lamentablemente, a nuestra profesora de matemática no le parecía tan increíble ni tan divertido, y cada vez que veía una mandarina salir de una mochila empezaba a los gritos. Le decía al pobre Leandro que se dejara de pavadas, que así no iba a llegar a ningún lado, que para triunfar en la vida se tenía que concentrar en sus estudios y cosas de ese estilo. Siempre había alguien que dudaba de él, lo creía inútil e incapaz, y creo que fue por eso que se empezó a cerrar y a hablar cada vez menos, hasta que al final nuestro juego paró porque él ya no quería participar.

Pero durante la pandemia Leandro ganó mucha fama. Parece que en los tres años que habían pasado desde que terminamos el colegio, para sorpresa de nadie, Leandro se  había convertido en verdulero. Su verdulería estaba ubica­da en la vereda de su casa, y consistía de dos caballetes y una tabla. Una vez que se decretó la cuarentena, Leandro vio la oportunidad, se subió al Peugeot 206 de la madre y salió a vender por el barrio. Tocaba el timbre y te ofrecía lo que necesitabas. ¿Querías comer sándwiches de milanesa y no tenías lechuga? Te tocaba el timbre y aparecía con la mejor lechuga francesa que viste en tu vida. No era solo que sabía exactamente qué necesitaba cada casa, sino que te traía lo mejor de lo mejor. Sus productos eran tan buenos que se volvió famoso en todo el municipio y hasta le hicieron una entrevista en un diario local.

Me acuerdo como si fuera ayer de la vez que me vino a traer zanahorias y tomates para la ensalada. Cuando estaba por pagarle, me acordé que quería naranjas, y ahí ocurrió lo impensable. Cuando le dije, apareció un kilo tan rápido como si se las hubiese sacado del bolsillo, como si fueran las llaves de la casa, juro que no las tenía atrás de la espalda ni las fue a buscar al auto, aparecieron de la nada. Le pregunté cómo las había agarrado tan rápido, pero se rio y me dijo que estaba loca. Le pagué y me metí en la casa. Esa noche no pude dormir, no podía dejar de pensar en sus poderes de identificación de frutas y verduras, el éxito de sus ventas, que haya nacido en una huerta, que sea verdulero… Todo parecía estar conectado, pero no pude sacar nada en limpio. Estaba tan confundida que a la mañana siguiente le mandé un men­saje, pero volvió a esquivar mis preguntas. Sin embargo, a partir de ese momento no paramos de hablar.

Diez años después, estamos por cumplir tres años de ca­sados. Tuvimos un hijo que se llama Francisco y se rehúsa a comer nada que no sean papas. Leandro se llenó de pla­ta, tiene la verdulería más exitosa de la ciudad, justo en el centro, donde antes estaba Burger King. Leandro sigue sin contarme su secreto porque dice que si lo revela va a perder sus poderes, pero hace años que dejé de creer que es algo mágico, creo que solo ama su trabajo. Me tengo que ir, Francisco me llama porque quiere sus papas fritas, otro día les cuento la historia del chofer del 51 y su puntualidad impecable.

Candela Rizzo

Historias para salir
cuentos / poemas / microrrelatos / crónicas

1ra. edición, Tristán Suárez
© Mandala Fruta, 2020
Compilador: Pablo Ruocco.
Coordinación general: Pablo Ruocco – Sebastián Rad.
Edición y corrección: Mariana Ruocco.
Diseño de tapa: Sebastián Rad.
Foto de tapa: Melina Bufano.
Diseño de interiores: Sofía Guilera.
Tirada 200 ejemplares.

Autores compilados: Paula Vergara, María del Rosario Álvarez, Camila Mariel Zárate, Lidia Mabel Jerez, Juana Paula Vissio, Nicolás Matías Iglesias, Milagros Antonella Corallo Bao, Marcelo Agustín Fernández Lopetegui, Virginia Velix, Leticia Jimena Rojas, Catalina Robinson, Lucía Aylén Palacios, Clara Fiorenza, Candela Rizzo, Sofía Parcesepe, Marcela Elizabet Legelén, Pablo Andrés Salvati, Claudia Almirón, Nilda Ochoa.

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