Historia pensada Poesía

Domingo Adalberto Galli: A Lobos y otros poemas

La fundación

La suerte y la desgracia rodaban por la pampa
echadas como a suerte…como se echan las tabas.
A este lado del indio, cerca de una laguna,
bajo un cielo con nubes, nadando entre los pastos,
comenzaba una historia que, a veces, se hizo fábula.
Nada era nada aún, salvo las muchas cosas
que al puñado de antiguos moradores les faltaban.
No había calles, ni casas, ni viejas chimeneas,
ni una vía de acero
trayendo o destruyendo
humanas ambiciones de ciudades.
Todo era pampa ¡todo…!
y la eterna amenaza del malón, de la hambruna,
de la sequía y la peste
en la frontera exacta de esa nada.
¡La soledad más sola perdida en las distancias…!
Los hombres se juntaban
porque todos sus miedos pequeñitos
y sus tremendas ansias
impulsaban sus pasos que inventaban caminos
hacia aquel horizonte que escapaba.
Y mujeres valientes les sembraron,
mientras parían sus hijos, las nuevas esperanzas
que aquietaron sus pasos en esos caseríos desolados
donde el hoy era todo y mañana un acaso.
Y así fueron fundándose a sí mismos
cuando a LOBOS fundaban
con actos cotidianos de sus vidas
sin cantos ni fanfarrias.
En esa pampa llena de misterios,
cerca de donde estaba una laguna,
la semilla…¡casi como al voleo fue sembrada!

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A Lobos

Lobos, olvidadizo y olvidado, se despierta de a ratos
y le va contagiando su pereza al andar sin apuros de su gente.
En un pensado y racional damero descansa su chatura
y, memorioso, recuerda nombres, muertes, carnavales,
revive procesiones y malones y hasta tutea a los cuchilleros.
Primero fue fortín, cardo, mangrullo
que al indio desafiaba espejándose apenas
entre los juncos, allá por la laguna.
Y devino en aldea…
Caserío e iglesia con sus torres.
A un costado, estéril camposanto
florecido de cruces y de llantos.
Después, mucho después, se sintió un pueblo
y creció con vías férreas, luces, adoquinado.
Y vinieron entonces: la retreta en la plaza,
mantillón y vestido, enagua almidonada,
campanas en las fiestas y en los duelos,
cuello duro, bastón, paseo obligado,
el bar, el comité, los candidatos,
¡VIVA EL DOTOR…! ¡Balazos…!
Maduró con su historia y con sus casas
(hasta hubo una, alejada, de dudosa moral
y de horas cálidas).
Ahora ¡por fin! se iluminó su noche;
cambió, de a poco, el barro que tenía, por asfalto:
le hicieron cines y colegios y fábricas;
en el parque, hace un tiempo,
le andaban, cada tanto, caballadas,
desbocadas con música de zambas
y le plantaron, para no estar tan solo,
un puente carretero allí, en el sur.
También le han colocado, casi como al descuido,
un raro corazón de metal ensilado.
Pero le quedan arrabal y perros
y frescas madreselvas perfumadas.
Así, chato, parece que olvidado,
Lobos bosteza entre las dos cañadas.
Buey uncido a su yugo…
Buey paciente que debe despertar
y en toro astado, olvidarse de límites y tiempo
y crecer, para afuera y para adentro.
¡Y ser fuerte!
Y, medido por la justa medida de su gente, ¡ser alto…!

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Mi abuelo vasco

¡Tengo un abuelo vasco…! De él me vienen
este aire tan cerril, de no domado;
una cierta arrogancia;
el plantarme como árbol siempre, para quedarme.
De él, sin dudas, mis ojos de mirar deslumbrado;
de él mis pasos pisando con firmeza la tierra,
como dueño o como amo.
De él la palabra justa que, sin embargo, a veces,
azota como un látigo
o es una rosa blanca que acaricia una piel
o, sobre el surco, con ternura,
azuza a los caballos.
¡Tengo un abuelo vasco…! De él me viene
un sentimiento antiguo y taciturno de la raza
y, por él, no es muy fácil
que me dome algún hombre con frenos o con armas,
ni me asegure a un brete, ni me estampe una marca.

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Las plazas de los pueblos

Esas plazas dormidas
que nos van invadiendo nuestras marchas
con caminos erráticos que andan siempre
encontrándose y siempre separándose;
que se esconden furtivos, como si fueran sombras,
detrás de las estatuas
y que se cierran finalmente en torno de arboledas
cerrando así las plazas.
Nos duelen en la piel
y nos llenan los ojos de nostalgias
las plazas insistentes de los pueblos
que duermen siestas largas
de las que no despiertan del todo
y puede que, por eso, parezcan siempre aletargadas.
Los soles, las heladas, el pampero incesante,
fueron quemando sus perfumadas flores
y les dejaron, como a marcas a fuego,
algún alcanforero, las palmeras y enormes araucarias
para pescar las nubes que les cruzan los cielos,
tontas y descuidadas (siempre vagabundeando).
Buscan la vecindad de las iglesias
las plazas de los pueblos;
aman a los que se aman o se mienten
siempre los “siempre”
y siempre los “mañanas”;
a los perros que ladran por el hambre;
a los niños que juegan
y a los viejos que recuerdan los juegos que jugaban.
¡Yo conocí una plaza…!
¡La sentí muy adentro en mis entrañas
y hasta puede que esté, sin darme casi cuenta,
quemándome en los soles,
mojándome en las lluvias
o bajo las heladas inclementes
de mil plazas iguales de mil pueblos diversos.

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Incompresión

No te comprendas nunca… Ni me entiendas.
Es mejor no saber ni quiénes somos,
ni por qué, ni por cuánto, cuánto tiempo
y, tal vez, ni siquiera el lugar que ocupamos en la lista.
Cuando así nos convenga, seremos los primeros…
Infinidad de veces, intentaremos ser los últimos…
Y, en algunas reiteradas ocasiones,
actuaremos como únicos…
Casi… casi es mejor que no me entiendas,
tal como ha resultado ser mejor que yo no te comprenda.
¿Ayer…? Ya no me acuerdo.
¿Mañana…? ¿Quién lo sabe…?
¿Hoy…? Todas las calles de este pueblo ¡todas!
se han hecho toboganes que van, por mil caminos,
hasta la esquina de la vieja casa de las citas
hasta el cordón distante de tu vereda que siempre se me niega,
hasta la esquina en la que a diario nos perdemos.

[ver con el celular en forma horizontal].

Domingo Adalberto Galli nació en Lobos en 1938, ciudad de la provincia de Buenos Aires donde vivió hasta su muerte ocurrida en 2005. Solo publicó un libro de cuentos, Patios con sombras, en 1996. Su obra poética se publicó de manera póstuma en Juego de luces y sombras (Editorial Dunken, 2005), libro preparado por el autor antes de morir al que pertenecen estos poemas.

Fotografía: Plaza e Iglesia de Lobos en 1867, en Museo Pago de Los Lobos

2 Comentarios

  1. Pura emoción despiertan los poemas de Galli. Gracias La Acacia por publicarlos. Que no se nos olviden esos poetas de los pueblos, que dijeron, dicen y dirán.

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