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Tradición cancelada

Tradición cancelada
GRITO SURERO

Agustín Sosa.

En los últimos años, podríamos pensarlo desde 2001 a estos días, se han puesto en relieve distintos tipos de cuestionamientos a las prácticas y costumbres tradicionales que forman parte del acervo cultural argentino. Ya sea porque puede observarse maltrato animal, o relaciones y conductas patriarcales, misóginas o sexistas, según los juicios hechos desde colectivos progresistas, etnocéntricos y citadinos, cuyos discursos predominan en la construcción de sentido cultural y comunicacional y quienes, mayoritariamente, han dirigido las políticas culturales desde el Estado.

Lo que más se ha cuestionado es, en especial, aquello que le permite a José Hernández dar un continente a Fierro: la pampa, lo surero, la milonga campera, la payada, la jineteada, la yerra. La cosmovisión del hombre y la mujer de la pampa, el lazo que nos une al gaucho y la china, se invisibilizó, se negó o se redujo a ubicarla política y socialmente como parte de un sector retrógrado que estaba del otro lado de la grieta.

Tamaño problema calificar de atrasado aquello que supo ser considerado fundante de nuestra identidad, o ubicarlo en una vitrina, como pieza de museo, para evitar convivencias incómodas que nos desvíen de la agenda progresista que se cree, o creía, necesario instalar.

Cantores sureros y payadores aparecían y aparecen en salones blancos recibiendo homenajes o reconocimientos (muy merecidos), se los abordaba desde ensayos académicos como objeto de investigación o se los contraponía con expresiones actuales para jugar al juego de las diferencias. Pero muy pocas veces se consideró a las expresiones culturales sureras como parte activa de la construcción diaria de identidad. No se podía (ni se puede) decir que las jineteadas son atractivas y que constituyen uno de los puntos de reunión más importantes de la peonada, eso está mal, equivale a validar el maltrato animal.

El único folklore permitido es el avalado por la industria cultural: el de las canciones lindas, carnavaleras, de amor, del cielo y de las estrellas, porque si aparece uno que canta como Fierro y se larga opinando “el pobre se va acercando con las orejas alertas, y el rico vicha la puerta y se aleja reculando”, decía Atahualpa y mejor cantaba el Turco.

Y tal vez ahí, en el cantar opinando, en la estirpe gaucha, linaje cimarrón, es donde debe aparecer la cancelación así nada se pone en duda. No vaya a ser que aparezca algún paisano medio mal llevado y nos diga algunas cuantas verdades o nos haga caer en la cuenta de que no entendemos nada, que no los conocemos, que solo permitimos la otredad que nos reafirma en nuestras creencias y dogmas, no la que nos puede interpelar.

Séptimo piso al frente, vista abierta al sur, cancha de Huracán, sur fabril, sur depósito, sur suburbano, borde del etnocentro, orillando siempre, sin saber hacia dónde miro las cosas o desde dónde lo hago.

Mañana a la tarde sale un tren a Bahía, si lo tomara y bajara a mitad de camino, en cualquier estación, ya sea en la ciudad de Monte, Las Flores, Azul u Olavarría, caminaría por ella tranquilo y con una certeza: en un rato empieza un baile a beneficio y algún payador abrirá la noche. Al otro día hay jineteada en el campo del vasco y la semana que viene, en la fiesta del pueblo, desfilan los centros tradicionalistas. Y a nadie, pero absolutamente a nadie, le mueve un pelo la cancelación que le hicieron quienes no los conocen.

Feliz día de la tradición, los dejo con el Pampa.

FOTOGRAFÍA DE PORTADA: Christian Grosso.

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