Un texto inédito de Godofredo Cariola
Pablo Garavaglia alcanzó a la Biblioteca Popular D. F. Sarmiento de Cañuelas una caja con manuscritos y parte de la biblioteca personal del filósofo autodidacta Godofredo Cariola. Entre el material había dos cuadernos de apuntes, uno de ellos con manuscritos que visiblemente se trataban del borrador de su primer libro impreso: El enigma de la relatividad, publicado artesanalmente en 1977, una serie de textos que exploran, mediante paradojas y experimentos mentales y matemáticos, la dificultad de la verdad probada mediante fórmulas, o bien la permanencia de la duda, que por añadidura trae en sus escritos un particular humorismo. De allí proviene este texto inédito, tal vez excluido por incompletud o no ser terminado de manera satisfactoria.
El concepto “Crítica de la razón intencionada” que arroja en la publicación mencionada, sin mayor pormenorización, también se ajusta a este inédito. La lectura -quizá rápida y meramente intuitiva- de la fenomenología y el existencialismo de primera mitad del siglo XX, crítico de la ciencia, fragmentador de verdades o anunciador de la del poder, según adelantara Nietzsche, deja su influencia en Cariola, quien no se detiene ahí y elabora recursos propios que por falta de desarrollo académico quedan en avistamientos, breves pero no por eso menos inquietantes vislumbres. Por otro lado, la nebulosa de incertidumbre que hoy inserta la ciencia cuántica, posrelativista, sobre el átomo, el subátomo, el sujeto y el objeto, más la revadilación o concordancia con ciertas filosofías orientales, por ejemplo el budismo, nos dejan los escritos de Cariola a la vuelta de la esquina (la de la actualidad).
Título original en el cuaderno Rivadavia de 98 hojas:
Elocución sobre notables tópicos donde se describe un artefacto mecanicista de elevadas revoluciones. (Lanzada en el patio de la academia de ciencias físicas).
Las hipótesis son también poesía, aunque expresada en el lenguaje que creemos más seguro: el matemático o el lógico. Estas estructuraciones funcionales que constituyen la lógica deductiva, descubren profundizando en su fundamentación, resortes primitivos, tan olvidados o ignorados, que muchas doctrinas filosóficas idealistas fundaron a costa de ellas sus pretensiones apriorísticas.
La mente es una maravillosa adaptación biológica que convierte al ser humano en una especie de resonador de la estructura real de lo físico. Ese maravilloso diapasón que vibra por simpatía con la armonía del universo descubre, ante el hombre extasiado, las propiedades de estructuración de la geometría, donde un punto sugiere la línea y ésta las construcciones sucesivas; y naturalmente lo aritmético, donde el número se organiza hasta el infinito.
Pero la mente no puede contener la fiel, la completa sinfonía de la creación, pues estallaría. Entonces de las complejas estructuras reales copia esquemas y tiene así una conciencia rudimentaria del cosmos. Mas ¿qué obscura voluntad hay en esa adaptación, en esa captación y particular conciencia? Todo ese ordenamiento sugiere como si un “derecho de propiedad” básico, debiera ser constituido y defendido.
Estudiemos uno de estos esquemas constructivos que poseemos: la geometría. Suponemos de ella que el punto engendra la línea y así sucesivamente, pero ¿si lo contrario fuese lo verdadero, y la degradación la ley de la creación? Podría ser que todas las figuras constituyeran el caos de lo posible en un mundo imposibilitado de ser nada sino el contrario de poseerlo todo y todas ellas se estructurarían en degradación con el fin último de constituir el punto, una unidad inviolable, la afirmación definitiva. Esto se puede aplicar a nuestra misma razón: todos sus desarrollos lógicos llevarían a una sola verdad: la que se puede encontrar en el punto de partida, o sea en definitiva, la intención que allí existe.
Parecería como que todo lo que nuestro razonamiento puede abarcar debiera estar fijado en ese obscuro punto de partida. Pero ¿qué hay allí?, ¿una voluntad de orden?, ¿de delimitación de fronteras? Si fuera así, parecería que en la sublime bohemia de la creación existiese un mecánico instinto burgués que solo desea la identidad como manifestación, como razón de existencia.
Una de las propiedades básicas que se pueden adjudicar a nuestro universo, de acuerdo a nuestra concepción administrativa de causas y efectos, es la de organizarse o centralizarse en reductos finales. Espacio y tiempo serían los campos donde una misteriosa energía cinética y electromagnética produciría la materia. Esta imagen estaría de acuerdo con las apreciaciones actuales, que consideran que una naturaleza última de lo real se caracteriza por hallarse en construcción permanente.
Son bastante viables y lógicas las concepciones que se pueden imaginar en este sentido. (Encontramos un rostro familiar siempre que nos inclinamos sobre la superficie turbia de lo desconocido).
Una génesis puramente cinemática de la materia, por ejemplo, es fácil de imaginar con ayuda de algún artilugio mecánico: podemos hacer girar una hélice a tal número de revoluciones que para nuestros sentidos formen prácticamente un disco impenetrable. Si luego pudiéramos hacer que esta hélice, girando sobre su eje normal, ejecutara además giros a una velocidad semejante sobre otro eje transversal, este seudo-disco formaría entonces una esfera que para nosotros ofrecería las características de un verdadero cuerpo al podríamos acariciar como a una manzana. Con este mecanismo podemos concebir, cómo el solo movimiento puede producir algo material para nuestros sentidos.
Para obtener un efecto más prolijo debemos hallar el medio de retirar subrepticiamente la hélice que habíamos puesto en el modelo. Esta vertiginosa fábrica no resultaría, desde luego, un ejemplo muy satisfactorio ante los ojos espantados de algunas personas, pero lo que importa de cualquier concepción semejante es comprender cómo todo ese torbellino de vibraciones y fuerzas aún ignoradas están centralizadas casi totalmente al solo efecto de constituir el átomo (y ya tenemos en nuestra concepción burguesa, una estructura con carta constituyente). También resulta una prolongación de esa soberanía exterior la interacción del átomo con el mundo circundante.
(Pero volvamos en puntillas al artefacto giratorio y tratemos de retirar ahora el movimiento circular: es otro anacrónico mecanismo).
Se constata la repetición de esta ley constitutiva en todas las manifestaciones ulteriores en el mundo conocido hasta llegar a los sistemas orgánicos, todos ellos son constituidas por una acción química interior como necesidad primordial para su manifestación como tal y una acción posterior de la misma energía en su acción exterior. Esto se comprueba desde los virus, hasta ese delicado y complejo aparato creado para saborear la angustia de la duda, que es el cerebro humano.
Así como nuestro cuerpo necesita una enorme complicación mecánica y química interior para poder vivir y actuar modestamente en lucha con el medio externo, igualmente la mente, para actuar concientemente en el mundo social, debe realizar ingentes tareas de aprendizaje, de archivo y manejo de ideas a todo nivel que allí se atropellan y buscan un camino: las motivaciones sexuales, las fobias, los controles morales impuestos por la sociedad etc., en fin, todo el caos físico y ético que debe clarificar y digerir de algún modo para tener conciencia de existir.
Pero de todos modos sería vano continuar este razonamiento, tengamos en cuenta que no es más que una de las infinitas concepciones lógicas que se pueden concebir al respecto.
Godofredo Cariola.
OBRAS DE GODOFREDO CARIOLA:
El enigma de la relatividad (ensayos), edición de autor, 1977.
El viaje del Dory (novela autobiográfica de aventuras), inédita.
Las alas de la libertad. El pensamiento crítico (ensayos), inédito (1995).
Los mitos y la realidad. A la vanguardia del librepensamiento (selección de ensayos de los dos libros anteriores), edición de autor y de la Biblioteca D. F. Sarmiento de Cañuelas, 2013.
Mirta y los sabios de Helium (novela fantástica juvenil), edición artesanal, 2014.
Salvador Dalí y su serie atómica
La serie “átomica” o también llamada “mística nuclear” que Salvador Dalí pinta después de la explosión de la bomba son obras donde intuye, o lo desea en la pintura, aquello que está más adentro del átomo, un principio de caos o de ordenamiento capaz de fundir en una obra distintos planos. Dalí, inspirado en Heinsenberg, a partir de la década del ’50 lo llamaba, a su modo “estudiar, encontrar la manera de transportar a mis obras la antimateria”.
OBRAS DE LAS IMÁGENES:
–Galatea de las esferas (1952) -imagen de portada de la nota-.
–Mercado de esclavos con la aparición del busto invisible de Voltaire (1940). Obra inspirada en la teoría cuántica de Planck.
–Idilio atómico y uránico melancólico (1945).
–Las tres esfinges de Bikini (1947).
–Equilibrio intraatómico de una pluma de cisne (1947).
–Desmaterialización cerca de la nariz de Nerón. La separación del átomo (1947).
–Máxima velocidad de la Madonna de Rafael (1954).
–La Madonna de Port Lligat (1949). -Primera versión-.
–Cabeza rafaelesca estallando (1951).
–Leda atómica (1949).