Narrativa

Sandalias

SANDALIAS

Osvaldo Contreras Iriarte.

La última vez que se vieron las sandalias a la orilla del mar donde se iniciaba el médano, fue en coincidencia con la ausencia de Tiburcio Piesplanos que ocurrió el día de los novios. Todos sabían en el pueblo que no tenía novia, es más, nunca se le había conocido pareja. Tampoco se tenía conocimiento si el día de esa conmemoración tenía algo que ver con su desaparición. Un vecino preguntó “¿Cómo sabemos si las sandalias encontradas le pertenecen?”  Permaneció el calzado un tiempo prolongado a la orilla del médano, los más avezados comentaron que las sandalias movidas por una extraña fuerza intentaban subir el médano, y lo atribuían a una energía proveniente de la antigua piedra movediza de Tandil, y que dicha energía se había trasladado hasta el paraje a orillas del mar. Nadie mostraba elementos demasiados convincentes al respecto, y aquellos que se oponían a esa teoría solo podían decir “¡Están muy locos!” La cuestión que Tiburcio Piesplanos no apareció y las sandalias se fueron destruyendo con el paso del tiempo, desaparecían por unos días, se presumían arrastradas por algún animal, y eran regresadas a su lugar por algún comedido. Llegó un momento, que no se supo si lo que se traía como sandalias realmente tenía que ver con aquel calzado de los inicios, o solo eran tiras de cueros sueltos, que muchos se esforzaban en creer que eran de aquellas abandonadas junto al médano. Pasaron algunos meses y en una jornada de radiante sol del mes del azafrán, en lugar de las sandalias, se pudo ver un pequeño monolito de aproximadamente sesenta centímetros de alto, que asomaba de entre la arena. Enunciaba en un pequeño cartel con letra gótica, ser el monumento a los calzados perdidos. Nada aclaraba del presumible dueño de aquellas viejas sandalias cargadas de energía que intentaban treparse a la elevación de arena. Sí decía, que adentro de la construcción se hallaban las sandalias que dieron lugar al mojón, y que aquel que diera diez vueltas alrededor de él, tendría la suerte de viajar y conocer otros lugares. En un apartado aclaraba, que el lugar poseía propiedades curativas.

Primero los lugareños y luego los turistas fueron dejando en el lugar pequeñas pertenencias, pañuelos, fotos, rosarios para rezar, ropas, cartas dirigidas quién sabe a qué poderoso que los curaría de sus afecciones, también pedidos destinado a seres queridos. En ningún lugar se nombraba a Tiburcio Piesplanos, sin embargo, parecía que estaba presente, nadie de afuera podría creer que se le pidieran cosas a un par de sandalias, salvo que se presumiera que su antiguo dueño poseyera dones curativos.

En el mes de la frutilla el monolito desapareció, luego de seis años de intensa actividad. En esos escasos años pasaron por el lugar miles de personas, unos creyentes y otros simples curiosos. ¿Cómo desapareció? Nunca tuvo explicación, fue de un día para otro, ni siquiera quedó un hoyo en el lugar y los creyentes se sentían abandonados, decepcionados. La sociedad de fomento tuvo la idea de construir en el mismo lugar un monolito mucho más grande, la verdad que dejó de ser un simple monolito para tomar dimensiones de obelisco, con cincuenta y tantos metros de altura. Una vez terminado se pusieron nuevamente en su lugar las pertenencias de los viejos visitantes y con el tiempo comenzó la ronda. Se instalaron puestos de todo aquello que tuviera que ver con las sandalias y el obelisco, llaveros, fotos, hasta yuyos curativos, líquidos con sabor a agua o jugos que poseían propiedades curativas. Y como no podía faltar dos impresionantes puestos de comidas regenteados por el municipio. Inexplicablemente los creyentes fueron dejando pertenencias de mucho valor, las cuales nadie tocaba, como las dejaban los visitantes así quedaban. Dos camionetas viejas y destruidas por el paso de los años estacionadas junto al obelisco eran la muestra exacta del opaco valor de lo exhibido, con excepción, no lo sabemos, del valor que pudiera poseer para los depositarios.

Quince años pasaron coincidiendo con la fiesta de la longaniza. Ese día se desató una feroz tormenta sobre las costas del pequeño pueblo, el vendaval fue anunciado por los medios locales, los habitantes no salieron de sus viviendas por precaución. Se volaron algunos techos precarios y de tejas. Lo menos pensado fue observado con las primeras luces del amanecer, luego del cimbronazo del temporal el obelisco cayó como un árbol podrido. Los elementos depositados por los fieles fueron empujados hacia el mar en su retroceso, la única que quedó volcada, fue una de las viejas camionetas. Parecía que esta historia de años terminaría en ese preciso instante, no fue así. Se construyó una especie de mausoleo donde se puso adentro la camioneta, las sandalias quedaron en el recuerdo, ahora la primera actriz era el andrajo de cuatro ruedas completamente podridas. Comenzó a llegar otro tipo de gente, los llamados tuercas. Alrededor de la construcción se comenzaron a hacer encuentros de autos antiguos, de alta gama y de motos. Se hicieron los primeros festivales de rock, abundaron los puestos, dos restaurantes, se construyó un paseo para que circularan los vehículos, una tribuna y un escenario monumental para las actuaciones.

Para el mes de la miel, en el cual la gente colocaba sus manos en un recipiente con una manga de tela para dejarse picar por un par de abejas enfurecidas por el encierro, una noticia desbarató el negocio instalado. Alguien presentó el título de propiedad reclamando la camioneta que era la estrella del lugar y a la fecha había sido restaurada. Intentaron convencerlo, le ofrecieron dinero, no hubo manera, el caballero estaba decidido a llevarse el vehículo con todas las mejoras. Así fue, luego de cabildeos, instancias judiciales, y manifestaciones de los tuercas fanáticos para impedirlo, la camioneta fue sacada del lugar por su legítimo dueño.

El vacío fue grande, las gentes estaban cargadas de bronca y dolor. La situación se calmó cuando en vísperas de los festejos de la batata asada al rescoldo, encontraron en el interior de la camioneta al conductor de la camioneta muerto de una cuchillada. La documentación atestiguaba que era el dueño, como nadie sabía de sus antecedentes por tantos años transcurridos  y no ser reclamado por familiar alguno, fue enterrado en el cementerio local como indigente, sin ningún tipo de funeral, solo una cruz de madera en la que figuraba la fecha del deceso y su nombre y apellido. Tiburcio Piesplanos.

Osvaldo Contreras Iriarte (Cañuelas, 1952) comenzó a escribir a los trece años, impactado por la guerra de Vietnam. En la adolescencia y primera juventud sus lecturas fueron Pablo Neruda Y Walt Whitman, dedicándose por entero a la poesía. Luego conoció personalmente al poeta Armando Tejada Gómez, quien entre mate y mate lo introdujo en otro mundo. Trabajó en el correo central con el filósofo existencialista Julio Arístides, quien le siguió abriendo el mundo de letras. Hizo música folklórica durante diez años, con el grupo que fundó: Raíces del Huaira. Su primer libro fue Tiempo poético (Editorial Tres tiempos, 1994), luego La llave de mis cuentos (Ediciones Elementos, 2018) seguido de los recientes El inquilino (novela corta, edición de autor) y De la aka a la aka (tres novelas cortas). Participó en las antologías: La boina blanca (antología radical), Tu grato nombre (sobre River Plate) y Las mil y una noches peronistas, las dos últimas por Editorial Granica. Su cuento “Sopa de generales” mereció un comentario del ex director de la Biblioteca Nacional, Horacio González. De profesión cerrajero, escribe todos los días, “si no lo hago –dice- es como si no me bañara o no tomara la pastilla de la presión. Escribir me hace feliz”.

Imágenes de Christian Grosso: Guardia del Juncal de Gobernador Udaondo (año 2015).

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