Poesía Sobre escritos

Sobre la inspiración o la insistencia en la poesía

Sobre el que abrió una flor cada vez que cerró el puño (o Fabián O. Chazarreta).

Ramiro De Mendonça.

Hay algo que valoro bastante en la poesía o el arte en general: la insistencia. Alguien que sin moverse jamás de donde está parado, intuye algo, va y lo busca. Es una quietud difícil. Estás sólo como una familia pobre… “quién podría acordarse de una familia en una casilla […] a la luz de un brasero […]sino nosotros […] en el sueño del otro”.

El insistente no cambia los paisajes, no sigue el viento de una tradición ni el de una moda pasajera, no trabaja a partir de un ovacionómetro ni a través de lo que un “maestro” le dice (“No más margaritas a la mezcladora de cemento. Hacer algo en la vida es cavar un pozo […] Y aún así silbar arriba de un andamio”). Trabaja a partir de sus dos patas que, de última, son lo único que tiene un ser humano para mantenerse de pie.

Viajemos un poco a la China de la dinastía Tang. La poesía oriental tiene esta cosa de hablar mil veces de una misma imagen natural. Los poetas de esta dinastía ponían pinturas de la naturaleza en su habitación para no tener que ir a buscarlas a la hora de inspirarse. Con esto quiero decir que el ir y buscar, el salirse de las firmes botas antes dichas, queda en un segundo plano.

Se dice que hay gente que sube la montaña a conocer una cascada y al llegar pone música en un parlante. La aventura es un sentido que el turista le da a la naturaleza, y puede terminar en esto. Pero el objeto de la poesía no es la aventura.

También hay gente un poco menos deplorable que habla de haberse “conectado con la naturaleza” en algunas vacaciones. Sin embargo, una conexión no es un vínculo. Y eso es lo que requiere la poesía con su objeto. Un vínculo en serio. No un voy y vengo. Poemas sobre zorzales debe haber diez mil. Un poema que sea en sí mismo el vínculo con el zorzal… pocos.

Un poema que sea una realidad, no que la represente.

Vincularse realmente con una fuente de inspiración es dejarse determinar. Es pasar a ser otra cosa sin miedo a un envejecimiento. Aunque no es algo que se pueda hacer a voluntad, siguiendo un “oh, debo inspirarme”. Eso es irreal. El cambio, el paso a ser otra cosa, viene de un deseo, siempre. El pararse todos los días en una ventana a ver bajar ese zorzal mientras el mundo llama, el envejecer junto a un jardín que estará un día abandonado como todo jardín, o aplastado por una casa más, o peor, por un negocio… requiere una voluntad muy precisa. El hombre que quiere, muere en ese querer, y si ve muerte en ese querer, ya no lo quiere.
También esa muerte en el querer trata el libro… se corta la luz y se pregunta si tiene en su lugar la boca, las piernas, si realmente pisa el suelo… se corta la luz y se pregunta realmente si está donde quiere… e investiga ese querer… y hasta viaja al futuro más allá de su tumba en un poema a su hija (“no sé si soy […] pero puedo verte).

Cuando hablo de vínculos, los seres humanos son sólo una posibilidad. La fuente de inspiración precisa no es tan importante. La cuestión es el proceso por el que se forma este vínculo. Su lado de luz y su lado de sombra. Aquello que inspira un poema no es un pokémon que uno tenga en el equipo. “La música más hermosa viene de las ruinas” o de aquello que está dejando o dejó una ruina impregnada en nosotros. En este libro lo impregnado se nota. Sus formas “tiemblan como dos ramas [… ] Como si algo de ellas hubiera recién volado”.

Editado por El Elefante Negro.

IMAGEN DE PORTADA: Pintura de Qiu Ying (Dinastía Ming).

Ramiro De Mendonça con el libro comentado.

Más poemas de Fabián Chazarreta en La Acacia: https://lacacia.com.ar/2021/05/09/la-musica-mas-hermosa-viene-de-las-ruinas-poemas-de-fabian-chazarreta/

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