Música

Tres discos

Eugenia Dahlmann.

Peter y los pájaros Volumen 1.
De Peter y los pájaros.

Peter y los pájaros tiene para ofrecernos un manojo de canciones muy logradas en cuanto a lo formal, buenos arreglos, melodías llevaderas, energía y cambios constantes que nos mantienen atentos e interesados por la escucha. El standard aparece, sí, pero su punctum en lo sonoro, su lugar de poder, es el desfasaje que producen las cuatro voces cantando al mismo tiempo, como un juego muy humano, fresco y real en tiempos de perfección milimétrica computacional y lotes de homo sapiens buscando convertirse en robots al servicio de otros robots. También hay buena poesía popular, rítmica y con peso, que se pega a las melodías y queda sonando en el cuerpo; como cuando cantan en su canción homónima “hay personas que parecen cosas/ y hay cosas que no se perdonan”, o en el arrebato outsider-cristiano que es “Religión”: “Cristo muerto en la cruz/ tira piedras y a reír/ Judas no te traicionó/ te mintieron otra vez”, o en el estribillo lúdico de, otra vez, “Peter y los pájaros” que parece la introducción de una serie infanto juvenil sobre la banda: “esto no es Nunca/ esto no es Jamás”, marcando la finitud y el peso real de la vida, amén de los propios deseos más o menos utopistas o fantásticos.

Si aparece una imagen al escucharlos y verlos en vivo es la de un espíritu infantil un poco roto, una adolescencia que, ya más que atravesada, sin embargo no cesa de rastrear y postular, para los que vienen, un horizonte de felicidad y alegría. La tónica de los Peter va por ahí, la búsqueda de un camino fértil para los nuevos, que las distintas discusiones de poder y tecnología de la humanidad, más o menos actual, fueron tapando y negando. A esa experiencia la banda quiere ponerle su música. Y ese espíritu lúdico pero crítico y justiciero es muy claro en lo sonoro, en lo compositivo, en las letras y en la puesta en vivo. Un conocido en común me contó que, hace unos años, en una discusión, el cantante de los Peter argumentaba a favor del pop de los sesentas, cuando alguien comparó lo que escuchaban, los hoy ya septuagenarios, con las músicas urbanas de la juventud actual para defender a esta última: “todo lo que vos quieras, sería berreta, pero Palito Ortega cantaba una idea de felicidad, de vida, de futuro juntos y los que lo escuchaban compartían y buscaban ese mensaje. ¿Qué es esto de ahora? Cuarenta o cincuenta palabras, como mucho, sobre festejar una vida bajísima, repetidas, sin ningún tipo de más allá, de proyecto para ofrecer. Es muy triste”. El camino que busca Peter es uno de felicidad para todos, sin drama, ni culpa, ni frivolidad pero real. El punk rock es una buena herramienta para intentar postular esa aventura, por honesto, divertido, sencillo y enérgico; siempre lo fue.

Instrucciones para libertos 2.
De Sergio Massarotto.

El nombre del disco ya lo explicó el propio autor e intérprete de las canciones en varias oportunidades cuando lanzó la primera parte. La repetimos por acá, siguiendo la pista que él mismo dio en alguna entrevista: tiene que ver con el reglamento que la asamblea del año XIII escribió para aquellos que eran liberados. Según el músico, le causó gracia la ironía de establecer reglas bien precisas, detalladas y rigurosas para gente que es libre, y lo asoció a la relación del hombre actual frente a la tecnología. Libres, con GPS para todos lados, con un micrófono que capta todo lo que decís a cada lugar, con una máquina que sabe hasta lo que pensás. La Biblia dice que en el final de los tiempos todos tendremos un código, un número, impreso; el presente pareciera no estar lejos de esa sentencia. Pero dicho esto, esa cháchara, y si bien hay alusiones directas al concepto en por ejemplo “A ningún lugar”, el disco tiene canciones de temáticas variadas, aunque, como dijo el escritor Juan Rizzi, la que predomina es el amor en sus distintos escorzos: familiar, romántico, despedidas, resignaciones, etc.

A nivel sonoro-musical es uno de country-folk-rock. Si es por mí, lo ordenaría en la batea del género “Americana”, esa avenida, no tan amplia, donde pueden convivir The Traveling Wilburys, America, Linda Rondstand, Tom Petty, Bob Dylan, Alison Krauss, Neil Young, Tom Fogerty, Jhony Cash y cualquier cantante country, incluido León Gieco. Música para bailar vestidos de jean en algún bar más o menos deshabitado, a la hora del crepúsculo, antes de que lleguen los vampiros. Podría ser de 1979, o de ayer, pero es raro que sea en New York o París; si no hay algo de llanura cerca, no funciona. Urbano, pero cerca del tambo o el galpón de pollos. Resalta, a mi entender, “Roy Orbison” con su final largo, repetitivo y bailable, y “Flota” con su riff enérgico, aunque no perdería de vista el final del disco con “Working Progress” (el punto más nigga si se quiere) y “Vals de despedida”, el cansado vals country sobre el final resignado de una carrera.

Reseña a Instrucciones para libertos 1.

Algunas canciones simpáticas y otras no tanto.
De Renzo Gasparini.

La historia del artista que se va de su pueblo y sale en busca de las ciudades es un tópico que en las últimas dos décadas se hizo clásico en la provincia. En general, y sobre todo, el polo era la ciudad de La Plata, en torno a las universidades (y digo que era porque las ofertas educativas se han ido desperdigando, expandiéndose a lo largo de la campaña y mutando de forma, también, la manera de estudiar… Creo intuir con eso que ya no es tanta la necesidad de emigrar, ya no es urgente, y por lo tanto esa forma de vida, con esa experiencia, irá menguando). En ese camino, sin embargo, algunos vuelven y otros no, de esos otros hay quienes se afirman en un nuevo lugar y quienes le toman el gusto a la errancia, a andar de acá para allá. La Plata pareciera tener esa aura de hostel, de lugar que por más que vivas ahí, no estás fijo. Así sea que pases cincuenta años durmiendo en la ciudad de las diagonales. En esa experiencia teje sus canciones Renzo Gasparini, en letra y música. Por eso quizás la propuesta también es errante y ecléctica, no sólo en la lista de tracks, donde podemos encontrar hasta una suite de cuerdas -“Reses”- o, entre otros ejemplos, una canción semi acústica en inglés –“Waterfall”-, sino al interior de las mismas canciones, cuyos arreglos no parecen definir casi nunca una estructura que el oyente pueda ordenar con previsibilidad.

No es que estamos frente a un disco de dodecafonismo, no; la mayoría son canciones que andan en la órbita del rock progresivo de los setentas argentinos, con todo lo variada que fue esa constelación, y que tienen un correlato más o menos actual en algunos discos de, por ejemplo, la banda Pez (me animo a decir que el que más se acerca es “Hoy”, exactamente la canción “Bettie al desierto” que al escucharla terminado el disco de Gasparini da una sensación de continuidad sorprendente), pero sí es cierto que, quien quiera encontrar estribillos repetitivos, no va a pescar mucho por acá, la apuesta es otra.

Es una nube extraña en la que yo estoy/ es una nube extraña en la que me voy” canta y describe Renzo en un aire folklórico del final. El disco tiene esa frescura de intentar nuevos caminos melódicos, a veces lo logra y a veces no. También está lleno de sonidos, instrumentos, cambios de ritmos, armonías experimentales, virtuosismos que recuerdan a alguna cosa metalera, pero desde otra coloración. En fin, es un comienzo barroco, cargado, de este artista bonaerense, la experiencia de la errancia hecha canciones. Escuchelo y saque sus propias conclusiones.

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