Sobre el disco Desolación (2024).
En un texto de 1944 Mariano Picón Salas argumentaba que el barroco se podía resumir en una imagen, la Edad Media entrando a caballo en la modernidad, en un mundo que empezaba a ser distinto al medieval por todos los flancos. Ese movimiento se materializaba en la afirmación aristocrática -de espada, duelos, rosarios y vírgenes sangrantes-, en una nobleza que resistía al cambio y a integrarse a los Estados centralizados más o menos como los conocemos hasta ahora, durante ese siglo XVII atestado de crisis. Ahí surgió el caldo de oscuridades propias que expresó con fiebre el arte barroco. Así se entiende mejor que Quevedo cante a la brevedad de la vida, que en la colonia americana Caviedes cante con sorna a la putrefacción y la muerte. También durante el siglo XIX el último intento logrado de restaurar el orden perdido por parte de las aristocracias europeas tuvo su propio arte, el gótico, donde desfilaban vampiros, monstruos, niebla, espíritus y demonios. La distancia entre clases sociales, el poder violento y vertical, la religión oscurecida a fuerza de ritos, códigos y liturgia como explicación del universo pueden ser buenas razones para entender esos movimientos estéticos.
Ya en el siglo XX la literatura popular comió de las temáticas a través del pulp, el comic, el cine, y en la década de los ‘80 también la música popular se sumó a este carril. Dentro del post punk y atravesando la revolución tecnológica de la TV, el video, las telecomunicaciones y el frío de la guerra silenciosa entre Estados Unidos y la URSS, nació la movida dark gótica que encumbró a bandas como The Cure, Siouxsie and the Banshees y otras agrupaciones formadas por instrumentos de rock -bajo, guitarra, batería- que sumaban sintetizadores chirriantes, emuladores de cuerdas y efectos de chorus, ropa negra, piercings, etc, para acompañar melodías y armonías oscuras sobre ritmos insistentes. Si el synth pop venía a celebrar con cierta luminosidad los teclados más o menos al alcance de la mano y las primeras computadoras hogareñas, su reverso, desconfiado, lo traían el dark y el gótico.
En ese contexto nació Euroshima, una banda argentina que recorrió con fuerza el under porteño de la década, que compartió escenario con Patricio Rey & sus Redonditos de Ricota -quienes también tienen su etapa darkie en Oktubre- y grabó un disco, Gala (1987), que con el correr de las décadas se convirtió en una obra de culto a nivel mundial. Vaya el interesado a You Tube a escribir Euroshima y le saldrán videos de Perú, otros en alemán, inglés y alguna cosa nórdica alabando el trabajo como una obra maestra y de culto del género. Pero pasó el tiempo, las cosas tomaron otro color y el dark quedó de lado para diseminarse en varios subgéneros. Y si bien el color negro pervivió en el heavy de los 90, pronto esas bandas se convirtieron en empresas gigantes y además referentes de la tradición de guitarras conservadora, no del post punk alternativo. La experiencia Y2K del año 99 trajo una fugaz mirada a las tinieblas pero ya era otra generación la que andaba en el aire, y fue el ñu metal el encargado de expresar ese sentimiento que sí revitalizó las secuencias y los sintetizadores. Durante ese tiempo Euroshima también guardó su arte y sus integrantes se enfrascaron en otros proyectos y formas de vida. En el año 2023 sin embargo dos de sus miembros fundadores, Fabián Iribarne y Ricardo Parrabere decidieron volver a formar y reformar Euroshima. Convocaron a distintas cantantes hasta que dieron con la formación actual junto a Verónica Neumann. El resultado de esta nueva etapa es exitoso: una serie de giras por distintos países de América, muchos recitales en los mejores lugares de CABA, incluyendo el ciclo Postpunk Junk junto a Sergio Rotman, y un disco, “Desolación”, salido en diciembre de 2024. Hablemos un poco de él.
Cuando se escucha este nuevo trabajo la imagen que podría ilustrarlo es la de una escalera esculpida a través de los tracks y escucharlo es subir poco a poco por ella. De hecho, en la tapa hay escaleras, que van y vienen, que se cruzan paradojalmente generando las ideas de lo infinito, lo cíclico, lo dilemático. En cada uno de esos peldaños encontramos secuencias rítmicas obsesivas, comprimidas para que nunca dejen el frente del espectro sonoro. Hay guitarras a los costados, pasadas por efectos de delays, chorus y reverbs, muy caros a los 80´s, que enfatizan el espacio y ayudan a percibir la lejanía de la música que es, creo, la apuesta correcta: sin lejanía no hay misterio, no hay sublimidad. También hay sonidos industriales que suenan como teclados encontrados en las cercanías del reactor 4 de Chernobyl, y el album está repleto de melodías y armonías modernas, misteriosas y sencillas. Las letras hablan de imperios que buscan controlarlo todo, de viajes astrales hacia el otro lado, de violencia, desesperación, reencarnaciones… En suma, las temáticas del género están a la vista y el disco funciona desde la portada. Pero más allá de las correctas elecciones estéticas ¿por qué lo hace? ¿por qué hoy la oreja se apresta a escuchar oscuridades y hace diez años no? ¿Por qué son bien recibidas además otras producciones similares de otras artes como la serie animada Castlevania, la popularidad de la remake de Nosferatu o los libros de la saga Blackwater, que se venden de a miles, entre otros? Creo que, si bien la humanidad no ha ahorrado casi nunca en darnos imágenes sombrías, es un buen tiempo para el gótico. Como en el barroco, como en el siglo XIX, asistimos a nivel mundial al ascenso de una nueva nobleza -con latín propio, de códigos informáticos- que contagia al resto de la sociedad con su estilo de vida y que tiene una particularidad distinta a las anteriores aristocracias que pisaron el mundo porque ha creado un monstruo que no sólo es invisible sino que nos sugiere la ya no leve sospecha de que no podrá controlarlo por más que lo intente.
En esa incógnita se esconden los nuevos temores y el terreno fértil desde donde un arte oscuro como el de Euroshima puede expresar hoy en el 2025. ¿Se justifica ponernos metafísicos para hablar de música? La respuesta es afirmativa, el arte gótico/dark refiere a lo sublime, a lo inmanejable; la materialidad misma de esta música y también todo lo que gira a su alrededor apunta hacia otro lado trascendente a la realidad cotidiana más inmediata; hacia ahí entonces vayan las palabras.
Hace exactos setenta años Heidegger pronunció una breve conferencia en un edificio municipal que es, a mi juicio, el texto más importante de cara al siglo XXI porque da en el punto de nuestro problema fundamental actual (anotación para la filosofía, frente a la ciencia que se jacta de predecir). En ella, hablando de la tecnología, afirma que el hombre está ante algo realmente nuevo que va a cambiar nuestra relación con la naturaleza, con las cosas y que quizás, con mucha probabilidad, nos extinga. También agrega que nuestra posibilidad hasta que las cosas se estabilicen es la de estar alertas. El diagnóstico, perfecto, no fue oído. La humanidad está perdiendo la relación con la tecnología como herramienta y se convierte muy rápidamente en servidora de esta, se somete, se esclaviza y nos aprestamos a ser inevitablemente reemplazados. Ya se dijo: las películas populares de los 70 y 80 lo vieron antes y todo se convierte en una profecía autocumplida. Desde otro lado pero consciente y loco a la vez, el filósofo Nick Land receta gobiernos autoritarios capitalistas que aceleren la cuestión; por eso se fue a Shangai, a entregarse al éxtasis tecnológico, a la lava de dígitos, a la nueva naturaleza, al monstruo, como aquel que se entrega al poder de los vampiros porque los ve invencibles y mejores. La máquina es ingobernable, como un Dios, lo sabe el capital y lo intuye la sociedad que se extasía y desea materializar de una vez el autoritarismo que percibe en el aire hablándole desde un futuro muy cercano. Dijimos que Desolación suena como la banda sonora de alguien que sube una escalera; agreguemos que la misma es medio natural, medio construida entre montañas hacia una última verdad material donde reposan, en galpones de hierro y vidrio vigiladas por robots, filas infinitas de servidores titilando. Lo inquietante es que todos estamos, de alguna manera, en ese viaje. Quizás por eso el “Pater Noster” del final del disco sea exacto, sublime, hermoso y refleje en esa voz monástica de Fabián el ruego cantado desde los últimos escalones antes de la cumbre que se esconde entre el frío, la oscuridad y la niebla, hacia el nuevo y terrible dios que, intuimos, se aproxima a esclavizarnos.