Mi corazón se incendió de amor rápidamente por alguien que apenas conozco. El enamoramiento es un arte que con muy pocos gestos o signos realiza una gran obra. Todo debe ser sutil y preciso. Una mirada, un comentario, una actitud fugaz. Y ya me tienen loco de amor. El problema es que, puesto que no sé disfrutar de estas cosas, me obsesiono con querer conocer hasta las uñas del pie de la artista. No logro separar una cosa de la otra. Me vuelvo un admirador, un fanático. Como una quinceañera que va a un recital. Y si tengo por delante uno o dos días no laborables, la imaginación se me empieza a pudrir. Lo imagino todo, y no lo bueno, sino las futuras peleas, desgracias, celos, soledades, inseguridades, incoherencias, desconexiones. Todas las versiones posibles del fracaso. Me trato de adelantar a las mismas. Una novela trágica arrasa mis campos imaginarios. Y luego me siento tonto y débil. Me vuelvo un niño con miedo. Ya habrán visto que cuando un niño tiene miedo, no es la razón el mejor ayudante. Sin embargo uso y desgasto mi razón dándome los mismos consejos que no sigo. “Basta”. “Ya sabés cómo te ponés”. “Hasta acá, dormí un poco”. Etcétera.
Entonces busco otra opción. Puesto que las riendas de la razón no funcionan, soltaré sus caballos. Que anden libres, sin guía, que se coman los tréboles del camino. Yo los seguiré a pata y acariciaré sus lomos si me lo permiten. Veo las liebres saltar por el horizonte. Los teros aletear. Oigo los pequeños insectos. Mientras, mis caballos marcan sus propias huellas. Buscan amores diversos. Aquella columnista de no sé qué revista virtual con la que siempre quise estar. Aquella otra que dijo nunca más querer verme. Aquella que encontré en el colectivo. Como un borracho cura su resaca con una cerveza, curo el amor con más amor. Algunas no quieren saber nada conmigo, pero otras sí responden a mis llamados. Tres amores vuelan por mi cerebro y confunden sus nombres y alteran mis fantasías. Llega un punto en que no sé quién ni qué es mi objeto de amor. Cambia de cara. Es una y es otra. Ruega por mi amor y luego se desinteresa absolutamente. Se burla de mí pero teme a mis reproches como una niña. Escapa y me persigue.
Me he hecho una ensalada de amor. El aceite y los tomates me manchan la camisa. No puedo con todas y no puedo con una. Les digo entonces que caminaré por el campo, que acariciaré algunas hierbas. Miraré el atardecer, cómo cuelgan las hojas de los árboles, cómo la hierba rejuvenece lejos de la mano del hombre, cómo bailan los panaderos con el viento y caen las hojas de unos eucaliptus. Anunciaré a cada una mi partida. Y luego dejaré sus bellezas intactas.