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OESTERHELD LO HIZO DE NUEVO
Primer episodio, adentro. Me propusieron una maratón, pero prefiero verlo como está pensado, en episodios. Primera reflexión: inteligente desarrollo de los personajes clásicos y de los nuevos introducidos. Choca apenas pero se justifica toda la introducción hasta la llegada a lo de Favalli. Curiosa pero justificada por los casi 70 años transcurridos los nuevos roles de Elena y de (creo) Martita, y de Ana, la nueva pareja. Ingrid es la Susana recatada de la ferretería, mejor armada como delivery. En mi adaptación al teatro la utilicé como pata femenina y coprotagonista, hasta el final. Mañana sigo.
HISTORIETA, no “comic”
La Literatura Verboicónica tuvo siempre mala suerte con los nombres. Cuando se inventó (o se standarizó, mejor dicho), en USA, eran tiras cómicas, y entonces se la llamó “comic”. Aún cuando el contenido dejó de ser “cómico”. En Francia se la llamó “bande desinèe”, tira dibujada (BD). En España “Tebeos”, porque la primer revista dedicada a ellos era T.B.O. En otros lugares “cuadrinhos”, “pepines”, “manga (sketches)”, y siguen las firmas. En Argentina el director español del diario “Noticias Gráficas” las consideraba simple relleno para zonas muertas del diario (ese fue el origen de su popularización) y las llamaba “HISTORIETAS”. O sea, el despectivo de la palabra “historias”. Quedó así. Pero no sólo eso marca la diferencia. La Historieta Argentina siempre fue distinta, sobre todo desde Oesterheld. El estilo argentino es conocido como tal en el mundo, así como se conoce al manga por Japón. De modo que los historietistas argentinos hemos aceptado, tomado como nuestro, representativo de “nuestra” literatura verboicónica el nombre HISTORIETA. Se ha dicho.
OESTERHELD LO HIZO UNA VEZ MÁS
Con el tercer episodio adentro sigo alabando los detalles argentinos: la dirección de actores, el manejo de cámara. Inútil sería hablar de majestuosos efectos especiales, porque siendo de Netflix no faltaría plata para hacerlos. Lo que sí noto es que sigue manteniendo esa resaca que a uno le queda. Yo la leí cuando salía. Y me corrió frío por la columna cuando vi civiles armados custodiando un muerto ensangrentado en la calle, por Lomas de Zamora. Era lo mismo. Era El Eternauta. Y volvió a pasar cuando se terminaba el siglo. Y… eso es lo que me da ese escalofrío… lo que estamos viviendo, otra vez, en la realidad…. es El Eternauta. El de ahora. El de Darín. Otra vez, somos simples esclavos del Odio Cósmico.
MÁS ALLÁ DE OESTERHELD
Cuarta parte. Veo la extraordinaria diferencia entre la función de espectador más o menos lejano, más o menos comprometido con la serie, y esta filmación. Que pudo ser lavadita, prolija, como un Spiderman o un Batman. Pero que es tremendamente visceral. Ya no son los pulgones prolijos de Solano, ni los más sanguinarios de Breccia: estos son unos bichos sucios, escalofriantes y reales. El desarrollo de los personajes supera las expectativas, porque no es sólo “contar un poco más” porque da el tiempo, sino verlos del lado de adentro. Encontrar la solidaridad, mucho más fuerte cuando hay un enemigo visible, y no sólo la competencia por la supervivencia. Estremecedor.
DEJÓ DE NEVAR
Como en la historieta, el fin de la nevada parece traer luz (notable el cambio de iluminación) y esperanza. Dura lo que un fósforo. La introducción de los Hombre-robot (no sé cómo los llamarán) es dura, cruel, realista. Ahí vamos. Habrá que buscar tantos teledirectores en el mundo real… Macri dijo: “los que querían dejarse comprar…” Apabulla un poco la enormidad de recursos.
OESTERHELD, COMPLETO
Felicito efusivamente al batallón de guionistas (incluido Martín), por el sudoroso y concienzudo trabajo de rearmar la historia para dotarla de carnadura, realismo, suspenso y fidelidad al espíritu del Viejo. Felicito a todos los que revitalizaron el recuerdo del Maestro. Iba a espoilear el final de la Susana de Breccia con que reemplacé el Pablito de Solano (esa falta de mujeres…) en mi adaptación para el Teatro Argentino de La Plata, pero acabo de borrar todo. No sea que este ejército de guionistas (Martín estuvo en el estreno, así que sabe cómo fue) tome mi idea y arme una escena que hizo llorar las diez funciones en La Plata, en 2007. Perdón, uno ha vivido con esto, y lo siente parte suya…
RETOMAR LA UTOPÍA
La apabullante repercusión MUNDIAL que está teniendo nuestro Eternauta abre una luz de esperanza que rompe no sólo esta nevada negra por la que pasamos, sino las otras, las viejas, las grietas mediáticas, los odios programados, la otredad del “sálvese quién pueda”. Pongamos una flor rescatada de la nevada, para esa aspiración tan, tan argenta: ESTE MUNDIAL TAMBIÉN LO GANAMOS. El mundial de la paz, de la solidaridad, de la humanidad, de la hermandad. Algún día habrá que juntar a las 2000 personas que trabajaron en esta temporada, más los otros miles de la segunda y quizás tercera, y demostrarles nuestro orgullo y agradecimiento. Todos, todos somos EL ETERNAUTA.
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El Eternauta o el Urbanita de la Ciudad de la Furia
Comencemos, para evitar polémicas irrelevantes, por decir que todo texto es polisémico. Cualquiera es libre de darle a El Eternauta -como a cualquier otra obra literaria, serie o película- la interpretación que se le cante. La producción de sentido es un proceso tan complejo que a menudo escapa incluso a las intenciones del autor.
En lo personal, creo que la ciencia ficción no puede predecir el futuro. Desconfío de las capacidades premonitorias del género, y pienso que en realidad los autores proyectan sobre escenarios futuristas la percepción propia del mundo en que viven. Orwell, por ejemplo, desnudó la lógica absurda de los totalitarismos de mediados del siglo XX y el avance de la sociedad de control. Que nuestro presente se parezca tanto a ese mundo de telepantallas y lenguaje limitado, habla más de nuestra imbecilidad que de sus capacidades proféticas.
En esta línea creo que El Eternauta, tanto en su versión original como en la popular serie que hoy mira el mundo, es una metáfora de la resistencia del hombre (particularmente del habitante de la ciudad) ante un sistema que lo oprime. Un sistema cruel, todopoderoso, perverso y con una ventaja insalvable: es invisible.
La obra maestra de Oesterheld es un texto de post guerra, escrito en momentos en que la humanidad convivía cada día con el miedo a que el mundo acabara de un día para el otro por la hecatombe nuclear. La serie y sus -a mi juicio- pertinentes adaptaciones de guion, personajes y escenarios será recordada como una obra post pandémica. Las condiciones de producción de ambos textos comparten la certeza de que todo se puede ir al carajo de un momento a otro.
Pero más allá de eso, la esencia misma tanto de la obra como de su adaptación, es la resistencia al sistema. El sistema es, como planteaba Marc Augé, la “sobremodernidad”, y no postmodernidad, porque la “modernidad” no terminó sino que vivimos en una permanente aceleración de un proceso que coloca en el centro al individualismo y al consumismo.
Ojo que acá empiezan los spoiler.
Nótese que El Eternauta comienza con una metáfora brutal: un grupo de amigos juegan una partida de truco en la intimidad del hogar. Son esos lazos de amistad y solidaridad los que los protegen de lo que pasa afuera: la nevada, la muerte, la aniquilación. La resistencia empieza cuando tienen que salir, y encontrar la forma de habitar esa ciudad de furia sin que el sistema los aniquile. En la versión 2025 hay un guiño fantástico del guion que coloca a la tecnología del lado del opresor: lo viejo funciona, Juan, descubre Favalli.
¿Cómo hace el habitante de la ciudad para salir al mundo sin que el mundo lo mate? ¿Cómo se hace en la ficción para caminar impasible entre cadáveres tirados en las calles, o para dejar atrás sobrevivientes que ruegan por ayuda? Igual que se hace en la vida real para pasar de lado de hombres, mujeres, chicos, que duermen en las calles y estiran la mano pidiendo ayuda, aniquilados no por la nieve sino por el sistema. En ambos casos, el ser humano necesita de un traje aislante. Se convierte en un urbanita que suprime sus emociones y hasta a veces su propia conciencia. La máscara de Juan Salvo o los auriculares de un porteño cualquiera, elementos de protección indispensables para caminar por Buenos Aires sin que la realidad nos mate.
El sistema es invisible, como el enemigo real en El Eternauta también lo es.
Alto spoiler: el enemigo son los Ellos, una malvada fuerza cósmica invasora que cuenta con ejércitos de otros seres de planetas inferiores a quienes conquistaron y a los que obligan librar la guerra en cada nuevo planeta. Paréntesis: como mínimo es llamativo que el nombre del enemigo invisible sean los Ellos. Vaya semejanza nominal con esa poderosísima fuerza inconsciente de energía psíquica que según Freud contiene todos los instintos reprimidos.
A medida que Juan Salvo junto a sus amigos avanzan desde la zona norte hasta la plaza de los Dos Congresos donde -otra metáfora- los Ellos tienen su base principal, vamos conociendo a los Cascarudos (unos insectos gigantes y caníbales), los poderosos y gigantestos Gurbos, y los Manos, seres inteligentísimos que en su planeta natal amaban la naturaleza y las artes y ahora son los comandantes de la guerra alienígena.
El objetivo del invasor (o el sistema) es el mismo en la Tierra que en cada uno de los planetas previamente conquistados: someter a los humanos y emplazarlos en un sistema, en una maquinaria universal, quitándoles toda capacidad de raciocinio.
La resistencia del urbanita es luchar contra ese sistema tratando de no ser -como los cascarudos, los gurbos o los manos- obligados a formar parte del sistema. Ya en la primera temporada vemos que son muchos los hombres-robot, entre ellos Lucas y Clara, la propia hija de Juan Salvo.
En el cómic, el mecanismo por el que los humanos son convertidos en hombres-robot es un “teledirector”, un pequeño aparato conectado a su brazo, igual que hoy los smartphones nos mantienen conectados al sistema 24/7.
Creo que lo que verdaderamente convierte al Eternauta en una obra maestra, es esa capacidad de describir metafóricamente esa lucha. La resistencia de la humanidad ante el sistema, el desesperado intento (necesariamente colectivo) de no perder lo que nos queda de humanos, de no abandonar la solidaridad, el amor, la amistad, la preocupación por el otro.
La resistencia es seguir luchando a pesar de que todo parezca perdido y a pesar de que a nuestro alrededor cada vez hay más nieve y cada vez hay más hombres-robots.

Las cosas nos cuentan formas de vivir
Casi todas las personas que se adentraron en la lectura de El Eternauta sintieron una fascinación por la misma que rozaba con la obsesión. Obsesión por seguir la historia, por ver qué iba a pasar en las próximas páginas, por ver cómo se resolvían las cuestiones… Al mismo tiempo un sentimiento catártico de estar ahí adentro, de estar viviendo una experiencia distinta, de querer que vengan extraterrestres y que sean malos para poder pelearlos. Digo casi todas las personas porque no me arriesgo a decir la totalidad, simplemente porque sospecho que hay gente a la que la imaginación se la ha secado. El Eternauta es eso, una magnífica historia de ciencia ficción con un argumento sublime que logra atraparnos y transportarnos a otro lugar aun siendo este bien cercano, y que además se adelantó a nivel mundial a muchas de las producciones del género, por caso, en el cine “Día de la Independencia” o “Armaggedon” por decir, rápido, al menos dos.
La experiencia con El Eternauta, entonces, es de una vitalidad tremenda que tiene que ver con el despegue y el desarrollo de la imaginación. Es desde ese lugar, creo, que construye su aporte, su valía, no con el apego a una u otra bandera. Más allá de lo válido que sea ver alguna relación con el pasado político, la historia funciona aún y más allá de la terrible y sangrienta tragedia argentina del siglo XX. Lo hizo al final de los 50’, lo hizo durante los 70’, en los 90’ y lo hace ahora. Y no lo hace al modo de una triste y aburrida alegoría en la cual cada cosa que pasa tiene su correlato con algo de la política nacional, como si dijéramos que la nevada mortal es el capital, o los manos los medios de comunicación, etc. (y como lo es por caso la no muy lograda segunda parte de la historieta); lo hace con la explosión imaginativa y libre de cada uno que la fue a leer.
Se dice por ahí que el mismo Oesterheld habló del héroe colectivo; eso es cierto, aparece en un escrito del mismo autor. Pero también es cierto que aparece como una reflexión final, una opinión, ahí también cuenta que la historia se iba construyendo, iba apareciendo con la misma y entusiasmada escritura para la revista en la que se publicó la versión original. La reflexión del héroe colectivo, por cómo está formulada, es posterior a la escritura, es la de un lector más, aún siendo este el autor. Ya el siglo veinte se cansó de explicarnos las sospechas de la función del autor y del control de todo en su obra. Me parece que, salvo que se esté entendiendo “héroe colectivo” como personas comunes, como cualquier otro ciudadano sin ningún poder especial, agitar esa clave de lectura hoy, ese marco teórico, es intentar secar la flor que es esta historia; porque la vuelve partidaria, la acota, la reduce y porque sobre todo no es justa con la riqueza que carga.
Claro que hay política ahí y lo mejor de ella: hay una comunidad, hay amistad, y hay, como dijimos, héroes comunes, más que colectivos. Eso sí es un arma novedosa y eso es lo que nos hace creer que podemos estar en ese lugar y es lo que copiaron luego en muchas producciones de otros países. Cualquiera que haya ido a una escuela industrial argentina al menos dos o tres años podría participar activamente de la resistencia, ese gesto es central para entender el embrujo pero también lo es la idea imaginativa, estética, de una nevada mortal.
Con felicidad creo que la serie de Netflix logró traducir lo esencial de la historieta: está la fascinación y la catarsis, están la comunidad y lo esencial de los personajes. Aún más, la actualización del contexto es un acierto tremendo en el sentido de que encaja perfectamente con el gran problema filosófico actual que es la relación entre el hombre y la técnica. No sólo la frase “lo viejo funciona” abrió todo un manantial esperado acerca de la obsolescencia programada, también lo hacen los objetos que son buscados adrede por la cámara. En una de los primeros capítulos se enfoca la traba de una de las ventanas del estacionamiento; esas trabas de hierro, largas, que tienen en el medio un ojal desde el que se las agarra para abrir o cerrar la ventana, de las que está repleto el Buenos Aires del siglo XX. La cámara la toma y el pensamiento entra en ella: ¿qué hijo de inmigrantes italianos la habrá construido, soldado y pulido en qué taller de otro italiano mientras sonaba por algún parlante chico, de alnico, un tango gastado? ¿Cuántas manos de pintura beige le habrán dado a lo largo de los años para mantenerla aún funcionando en la segunda década del siglo XXI?
La tradición, la técnica, el cuidado. No hace falta avanzar en cada uno de los gestos hacia el pasado donde nació la historieta para seguir por esa senda que está abierta conscientemente en la serie. Ahí sí hay una comunidad que está latente y una relación con los objetos. La película sobre la vida de Bob Dylan estrenada este año hace un poco lo mismo, remarca a través de los objetos que toma la cámara la fortaleza de una mejor relación con la tecnología y con ello si sobrevuela la idea de una comunidad posible.
Las cosas nos cuentan formas de vivir: una estanciera, una batería de autos, una ventana, un tocadiscos, una caja de herramientas… Leí por ahí que la ratio en la que giraba El Eternauta era la de meter mano, de arreglar las cosas, de construirse entre los vecinos las casas de todos, como hacían en Monte Grande en la década del 60 y 70, o en Casanova o donde sea. Coincido. Argentina era eso, un auto en la vereda con el capot abierto y tres o cuatro alrededor y todavía lo es bastante, al menos lo vemos en el interior y no nos sorprende (¿Hay una melancolía porteña en la serie acerca de ese lugar perdido?). Pero está en extinción, como también las generaciones -con sus valores, costumbres y sus códigos- que vivieron eso. Es evidente y explícito que la serie toca esa melodía como lo hacen los personajes en el tren antes de atravesar la muralla, cantando “Jugo de Tomate Frío”, ajenos a los jóvenes, como diciendo está bien vos tenés tu mundo, tu tecnología, tus gritones medicados del streaming, tu reggaeton, tu trap, y segurísimamente nosotros estamos equivocados, ya fuimos, dejanos tranquilos cantar nuestra canción.
Por último, el rescate del hobbie como relación sana con el conocimiento tiene algo del antiguo asombro griego, del trabajo manual del artesano medieval con sus aprendices y oficiales que nos hace salir del individuo que somos para perdernos en el alma de las cosas y desde ahí construir algo mejor, casi sin darnos cuenta. Eso es Favalli y está en el arte de Stagnaro como en la historieta original. Paradojas, eso viene de Lupín y la ciencia popular de los ‘50, que miraba hacia adelante, sin mucha melancolía; eso quizás, pueda ser también una opción para el ser humano del futuro.

Dibujos: Felipe Ricardo Ávila en el libro La Argentina premonitoria en El Eternauta de Jorge Claudio Morhain (descarga online).