Un día, de madrugada, por las lomas inmóviles del Pensamiento bajaba montado en potro amarillo un horrible gaucho.
Iban apareciendo los primeros colores, hilos que se tendían por encima de las pampas. Y en el cielo limpio escenas, figuras: medallones abigarrados, sin espacio, sin aire. Era lo microscópico, así como sus múltiples operaciones.
Una abeja silvestre lo miró.
La noche entera había venido viajando. Sólo se detuvo al llegar al Pillahuinco, cuyas aguas corrían dentro del monte. Todo bramaba: pájaros, ranas… El sonido de la corriente lo “adormecía de felicidad”; como a Joyce; operaciones subjetivas y objetivas. Paisajes.
La tarántula nadaba con inesperado estilo.
Bajo los pies del viajero saltaban langostas blancas. Detuvo a su flete y miró las márgenes, miró la humedad… ¡Tanto había dormido al amparo del Pillahuinco, en otros cuerpos!
Los espacios parecían reunirse un momento y volvían a separarse.
Un lugar ameno. El sitio donde hace su habitación el héroe, y una horda de gauchos: personajes y alegorías. El singular y el plural, el deseo, escribo más lentamente. ¡Algunas sirenas asomaron las cabezas, sonriendo con ironía!
Pues bien, resumiendo: nuestro personaje (que no es otro que el conocido Julián Andrade…
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