Bestiario de la Provincia de Buenos Aires, parte 1: “Apología del Mar Argentino (y del ser humano)”.
Más cerca de lo incontenible que de lo prolijo, más cerca de lo sublime que de la belleza, tiene la Provincia de Buenos Aires otra llanura interminable allende a la terrestre. Esa pampa marina como un anfitrión silencioso, cada año nos invita a sumergirnos en su inmensidad y nos absorbe por completo. Pareciera ofrecernos un enigma impostergable a descifrar, tarea a la que buena parte de los bonaerenses dedicamos un tiempo año a año. Astrada, filósofo argentino un poco místico, veía en ambas pampas una pregunta abierta que a veces angustia aunque “también” calma: ¿Qué nos quieren decir esas extensiones infinitas, sin interrupciones, llanas?
Como sea y amén de la metafísica, todos los veranos millones de personas se acercan a sus costas. Portugueses e italianos cargados de bártulos se sientan en reposeras picadas por la salitre y pasan el día observando el camino que trajo a los suyos hace mucho tiempo; como haciendo una suerte de katarsis anual y calmando el deseo arcaico del regreso a la tierra antigua.
El mar espera y a veces cobija, a veces no. Ir a la playa en la Provincia de Buenos Aires implica consultar el clima en varias etapas. No basta con la temperatura, hace falta mirar la dirección del viento, la velocidad y tal vez la tabla de mareas, para ver si contaremos o no con buen espacio para desarrollar la jornada.
Por el desafío de sus aguas y sus vientos cambiantes, los bañeros quieren tener al menos un verano de acción acá. Hace un tiempo uno me dijo que Ibiza “todo bien”, pero es una “lagunita”. El mar de Europa está atravesado por la Historia. Tiene mitos que surgen de él, tiene guerras memorables, tuvo épicas. Está vallado por la lógica. Quizás también el mar del Caribe, con la presencia grande del cine americano y, en todo caso, interrumpido por las islas que cortan el devaneo del pensamiento. El mar argentino no. La cultura humana (árboles plantados, crecidos y cuidados, machimbre y saligna, albañilería sólida, sospecha, humor, nietos, aviones que pasan haciendo publicidades básicas con banderas, vendedores de oficio, sindicatos de bañeros) muere donde rompen las olas. En líneas generales, sus aguas carecen de la letra, el trabajo y el pie humano. Está hecho de lo básico: inmensidad interminable, espera, verdad.
Se podría decir que esa es su cualidad, ese su encanto, y el disfrute de tal rasgo es algo que nos unifica a los que lo amamos. Pero quizás parte faltante de su enigma sea abordarlo en beneficio de la comunidad humana que le rinde culto preciso y honrado. Carlos Astrada –otra vez- sostenía que las pampas aguardán nuestra mano, para que los sembremos con criterio, para que aprovechemos sus frutos y sean inseparablemente nuestras en un escalón superior a las obligaciones nacionales meramente cartográficas, no sólo un territorio más sino parte de nuestro hogar. Ahora, es cierto, la dificultad aparece a primera vista ¿cómo hacer para domar lo que en su propia esencia se muestra ingobernable? Sin embargo la tierra fue, aún con insuficiencia, poblada. Ahí están los árboles, las casas, la cultura de la que ya hablamos. Pero el mar espera aún ofrecer lo suyo.
II
Hace siglos Spinoza, otro filósofo, planteaba algo así como que toda la realidad es Dios (también llamado la “Sustancia”). Es conocido que esa afirmación le valió acusaciones, insultos, persecuciones e investigaciones sumarias. El argumento en contra, generalmente católico, sostenía algo que no está tan mal: aquello que es el Creador de las cosas no puede ser identificado con la cosa creada.
Pero si hay algo que mantuvo viva a la filosofía de Spinoza es esa invención, en tanto mantiene la posibilidad de reemplazar tal concepto de Dios o Sustancia por otros como Naturaleza o Universo: donde dice Dios/Sustancia, lea Universo/Naturaleza. Y ahí la cosa ya no molesta tanto. Pero además ese juego vuelve a la teoría actualizable a la luz de las ciencias y también de contextos históricos más laicos.
Quedémonos con ese aggiornamiento y llamemos Naturaleza o Universo a la Sustancia. En tal caso nosotros seríamos solo partes pequeñas y finitas pertenecientes a esa Naturaleza/Universo. Y así las cosas del mundo, los materiales, una idea, una señal de radio, un árbol. Estamos hechos del polvo de las estrellas.
Ahora bien, cuando bajamos un concepto de esa manera se siente el ruido, se ven los clavos. Pasar del Universo a una idea sobre cómo elegir precios es demasiado brusco. ¿Qué elemento del orbe nos puede ayudar a completar o ilustrar? Me parece una buena idea pensar y volver al mar. Y particularmente al mar argentino, que como dijimos ahí está, primitivo, callado, indomable. Su imagen se asemeja a una metáfora sobre lo infinito del universo, nos ayuda a entender la posibilidad cierta de esa idea.
Pero por otro lado -y coherentemente- la teoría spinozista agrega que de los sentimientos y opiniones de la Sustancia no podemos saber nada, nos excede. Forzando un poco, el Dr Manhattan en Watchmen afirmaba algo similar. Al universo no le importa lo que opines ni de él ni de nadie. La naturaleza no tiene metáforas, no se pone triste, no se queja, no tiene miedo ni tampoco valentía. No es humana. Solo permanece siendo ella misma, una y otra vez como esas olas que no paran de generarse en la primer y segunda rompiente. El mar no llora. ¿Para qué entonces este largo y tedioso escrito si no se puede decir nada? Porque a pesar de lo que diga la filosofía y la coherencia (¿qué otra cosa son las ideologías sino un intento extremo y paranoico de establecer coherencias?), ahí donde termina la lógica, la razón, nos queda lo más humano que se puede hacer frente a un objeto: usar la imaginación. Me gusta imaginar que podemos encontrar algo así como la esencia del mar argentino en esa permanencia ajena a nosotros que marca Spinoza, ese obligarnos a reconocernos finitos, terminables. Pero también me gusta imaginar la posibilidad de que ese mar todavía nos puede abrir -con el trabajo creativo, lento y respetuoso- una comunidad más imaginativa, más feliz para el tiempo pequeño que estemos acá. Porque hay que decirlo –y de alguna manera vuelvo al filósofo o al Dr. Manhattan-, el mar, impasible, nos va a sobrevivir, como escribía Juan Terranova hace unos años y como la pampa terrenal lo hizo a los gliptodontes y otras bestias. Pero agrego: nos va a llevar puestos y va a estar ahí cuando de las discusiones entre ecologistas adictos al litio y a los aviones con aceleracionistas melancólicos de los libros en papel y los cuadernos no quede ni una leve memoria en el aire. Ya tendrá tiempo el universo de vérselas a solas consigo mismo, ahora es el momento, ínfimo, de los humanos.
[…] Publicado originalmente en Revista La Acacia […]
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