Poesía Sobre escritos

Picnic extraterrestre: El poeta y el stalker

EL POETA Y EL STALKER

Ramiro De Mendonça.

El stalkerismo o merodeo es una profesión de ciencia ficción inventada por los hermanos Strugatski en la novela Picnic extraterrestre. Su trabajo consiste en recolectar aparatos de tecnología alienígena olvidados o dejados a propósito (esa disyunción es el motor de la novela) en una serie de zonas de nuestro planeta que han sido visitadas y abandonadas por extraterrestres. No es lo que se dice un trabajo legal, sino algo parecido al robo o al narcotráfico. La entrada a la Zona está vedada para gentes ajenas a la ciencia. Sin embargo, los que mejor conocen las zonas son estos merodeadores, que en muchos casos pierden la vida en ellas, puesto que están llenas de obstáculos o “trampas” mortales e inexplicables, y se dejan como legado el uno al otro el conocimiento de los senderos por los que no se debe pasar. Se podría decir que cada saber rústico e ilegal sobre la Zona vale una vida. En cambio, el saber científico que se va desarrollando alrededor de estos sucesos es en gran medida teórico y lejano al conocimiento stalker. A pesar de las investigaciones, las terminologías y las inversiones tecnológicas realizadas por los institutos científicos, los resultados son más bien descriptivos que explicativos. No se sabe cómo funcionan ni para qué sirven los aparatos.

A la par del estudio, el mercado negro aflora. Los stalkers venden los aparatos a mafiosos importantes. Se les encuentran usos o bien prácticos o bien decorativos. Hay baterías de energía inagotable que se las ponen a los automóviles, por ejemplo. Sin embargo, estos usos podrían ser increíblemente ajenos a la función original de las tecnologías extraterrestres. Podrían estar usando, haciendo un símil, un micoscopio como si fuese un martillo.

Si bien la entrada a la Zona está vedada para el stalker, los laboratorios guardan una relación de dependencia con el merodeo. Necesitan a los stalker para acceder a los aparatos alienígenas. De manera que para que lo ilegal sostiene el funcionamiento de lo legal. Tal como en el mundo de no ciencia ficción. Por estas razones, la profesión de stalker es esencial en la novela. Hasta tal punto que su nombre original suele ser cambiado por Stalker, directamente. Su protagonista, por cierto, es un merodeador.

La Zona es, principalmente, un territorio desconocido. Hay mapas geográficos de ella, fotos, recuerdos de los pobladores previos a la Visitación. Pero no hay un mapa de lo que pasa en ella. Redrick Schuhart, el protagonista, la conoce de toda su vida y, sin embargo, camina por ella atento a todo y con miedo, y hay senderos que otros conocen y él no. Cada conocimiento de la Zona es único. Y muchos mueren sin transmitirlo.

¿Es posible hacer un paralelo entre un delincuente de ciencia ficción y un poeta? La novela lo permite perfectamente, si pensamos la palabra poética como un terreno ajeno a la palabra práctica. El acceso es gratuito, por más que las instituciones nos hagan creer que no cualquiera puede entrar. Así como el Stalker que va por el campo y entra en la Zona sigue viendo campo, o por lo menos desde lejos la ve como un campo más, lo que encontramos en la poesía son palabras, cosa de todos los días. Sin embargo, entrar en las palabras como un merodeador que busca más allá de ellas, no es lo mismo. Desde ya no es lo mismo hablar de “entrar” en las palabras.

El terreno poético es una Zona por la que pudo haber pasado Dios, y si pasó, no sabemos si fue con alguna intención o con la más grande de las indiferencias. Tal les sucede a los científicos y a los merodeadores de la novela: ¿vinieron de picnic estos tipos y nos dejaron un desastre o tuvieron la intención de dejarnos herramientas para que nos acerquemos a ellos?

Son varios los filósofos que creen que el pensamiento, el lenguaje o los deseos absolutos del hombre son la huella de una existencia divina. En ellos se da la relación con lo absoluto. El deseo de felicidad o el pensamiento de lo infinito son ejemplos de ello.

Poniendo el paralelo con la obra de los Strugatski, donde la inteligencia extraterrestre es tomada por algo de orden superior de lo que hay evidencia empírica, aquí se suma el interrogante de si Dios pasó o no previamente por la vida del hombre, además de la pregunta de si pasó con alguna intención o le importamos un corno.

El poeta entra a la Zona a encontrarse con estos interrogantes. Pero sabe esquivarlos. Otros se pierden en ellos y tratan de sacarles provecho, por ejemplo, publicando algún libro de mierda o creyéndose la gran cosa por una gran suma de likes. De alguna manera, vuelven de la Zona con el alma semi muerta, caen en las trampas. En cambio el buen poeta vuelve con la ropa sucia y un tesoro en la mochila. Lo vende a mafiosos importantes que le dan dos centavos y se queda en su casa emborrachándose, y con hijos con malformaciones (otra consecuencia de la Zona). Mientras tanto, los aparatos recolectados por el poeta van al mundo, donde los aprecian y los investigan, pero nunca los entienden. Al menos lidian un poco con esas grandes preguntas, sin tener que esquivarlas ni caer en sus trampas.

Las imágenes pertenecen a la página The Walking Conurban.

Picnic extraterrestre (1972) de los hermanos Boris y Arkadi Strugatsky también inspiró Stalker, el film del cineasta ruso Andréi Tarkovski.

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