Salía de casa a las 6 de la mañana para llegar a las 8 a su taller, cargando cuatro o cinco obras entre nuevas y realizadas en la academia.
Compartía esta práctica con cinco compañeros. Al llegar todos colocábamos las obras en círculo y comenzaba la crítica, uno por uno, obra por obra, lo hacíamos entre nosotros, y al final Noé valoraba o cuestionaba los comentarios que habían surgido, y daba su juicio entre técnico y cálido.
Yo conocía su método de enseñanza gracias a los comentarios de mi gran amiga Cristina Galli, que había pintado muchos años con él y me habló de los aires de libertad que en su taller se conseguían. El primer día me preguntó: ¿usted es de Cañuelas, conoce a Cristina Galli? Junto con su esposa me mostraron el sillón donde Cristina dormía después de la jornada de trabajo que se extendía.
Noé no creía en la inspiración, creía en el trabajo, en el esfuerzo. Creía que todo lo que vale está arriba de la obra, no creía en los bocetos, ampliaciones y demás tecnicismos que enseña la academia porque decía que eso la endurecía.
Creía en el caos, veía el caos por doquier y lo admiraba, lo sentía, lo sufría, era propiedad de él. Yuyo no tenía años, tenía vida que no es lo mismo.
Generoso como pocos, humilde, simple, admirado y querido por sus amigos. Ese sentimiento se trasmitía también en sus alumnos.
La línea, la forma, la textura, eran una sola cosa para él, y la tela no le daba lugar. La libertad y la capacidad de creación hacían que la tela de cualquier medida no le alcanzara, necesitaba seguir la idea, incorporaba nuevas telas de distintos tamaños en una instalación. El material era una excusa.
Sin temor a equivocarme, de Noé podemos hablar solamente en presente.
.
IMAGEN DE PORTADA: Tormenta en la pampa (1991) de Luis Felipe Noé. Obra inspirada en el rayo que describe Sarmiento en su Facundo.
Detalle de la obra en Colección Fortabat.