Poesía Sobre escritos

Que se encarguen las arañas

por las mañanas prefiero estirar los tentáculos
y olvidarme las alarmas

creí toda mi vida que oírlas traía algo bueno

pero en el silencio de mi cuarto
me doy cuenta que nunca me gustó la música

el silencio, la sombra
me han hecho pensar que mi cuerpo necesitaba a alguien más

por alguien más yo he hecho todos mis esfuerzos

me metí en los mares oxidados buscando recompensas
mentí, apreté muy fuerte
y ahora estoy agotado

estiro los tentáculos hasta el mediodía

no limpio ni la mesita de luz
y dejo que pase el tiempo

de los muebles
del resto
que se encarguen las arañas

RAMIRO DE MENDONÇA

Que se encarguen las arañas (El elefante negro, 2024).

Nicolás Mercado.

El tiempo de las arañas

Nicolás Mercado.

Estaba un poco corto de tiempo para escribir lo que sigue.
Debe ser porque tenía un examen o porque ha pasado tanto entre los días desde que empecé a escribirlo, hasta hoy, que terminé. Hubiera sido cómodo empezar con:
“Claro, Nicolás. Aquí tienes un discurso de aproximadamente unos 10 minutos para presentar el poemario de un amigo llamado Ramiro. Hazme saber si quieres que haga algunas correcciones por tí”.
Pero entonces este texto autogenerado hubiera sido muy abstracto, y muy poco fiel a este poemario. Porque de Ramiro lo primero que percibimos es esa facilidad suya para escribir el lenguaje de la vida. ¿A qué me refiero con esto? A que su escritura gravita alrededor de lo que Platón llamó el “plano de las cosas sensibles”.
Ramiro no es platónico. No es que los grandes temas, como el amor, la eternidad, el tiempo o la muerte no le interesen, porque aparecen también. Pero siempre se apoyan en lo cotidiano, con sus pequeñeces, sus aspectos prácticos, mundanos, cosas que se repiten una cantidad finita de veces, también, o que se producen en serie. Cosas que hasta se reciben en el día en Mercadolibre, digamos.
Ramiro protesta contra la teoría de los andróginos que aparece en El Banquete y a toda idea de medias naranjas: “Me han hecho pensar que mi cuerpo necesitaba a alguien más”.
Y mientras que probablemente, ni Platón, por tener esclavos, ni ChatGPT, por carecer de humanidad, hayan nunca limpiado pisos, es posible, en cambio, que Ramiro sea el primer poeta en la historia en haber dado un verso a la palabra “secadorazos”. Sus poemas están llenos de las armas de quien se hace cargo de sostener el día a día. Es ahí donde se entrevén las profundidades del texto: en los secadores de piso, las pantuflas, los mates. Los elementos de bazar son variados, y están ahí porque su poesía no olvida que la belleza necesita de otra cuota de fealdad: hay mugre que limpiar, hay olor a pis y ratas. En este mismo poema, dice: “no limpio ni la mesita de luz”.
Ramiro es un naturalista del siglo XXI. Su palabra se extiende sobre las cosas, en sus detalles agradables y no tanto, mientras sean cosas que se pueda tocar, sentir. Es un pulpo: “prefiero estirar los tentáculos”, “estiro los tentáculos hasta el mediodía”, dice. En el poema que leí y que intitula al poemario, él se convierte en este animal. La estructura se sostiene por una tensión entre la figura del molusco y otra, que ya aparece en el título. Que se encarguen las arañas. Hay una oposición entre los dos animales, que arman como un tema del Doppelgänger o doble siniestro. ¿Y no son los arácnidos, con sus ocho patas, la versión terrestre del pulpo, de la familia octopodidae entre los invertebrados?
Además de que las arañas y los pulpos comparten la condición de depredadores dentro de sus ecosistemas, ambos tienen una relación con la escritura. El pulpo, por ejemplo, llena todo de tinta. Pero si el pulpo es expansivo, la araña espera a la presa y teje, mientras tanto, su red. Esto es un tipo de escritura, también. Si hace falta, hasta podemos ir a la etimología del textus para mostrar esta relación con el tejido. Así queda más claro que según Ramiro, el doble siniestro del pulpo, que puede ir a cazar a las profundidades, es el testigo en los rincones, el que se “encarga” de armar un tejido, un texto.

Laura Bustamante.

En el título “que se encarguen las arañas” hay una exhortación. Esto de que “las arañas se encarguen” me recuerda a una anécdota que pasó en una casa en la que vivimos juntos, hace unos años. Éramos lo que se dice roommates, en un PH en Villa Crespo. Ramiro y yo vivimos ahí con una amiga, por un tiempo, hasta que lo echamos. Él es alguien expansivo, pero al contrario de cómo se retrata en estos versos, también es hacendoso, y después de que se fuera, la casa empezó a venirse abajo un poco.
A tal punto llegaba nuestra desidia adolescente, que mi amiga una vez me preguntó qué hacer con las mosquitas que empezaban a poblar el baño por la humedad. Ella dijo: “¿Nico, ya viste cómo está la plaga de mosquitas?”.
Y yo, en esa ocasión, solté en tono de Homero Simpson o de Krusty el Payaso: “¿qué no se estaba encargando de eso la plaga de arañas?”.
Les traigo esta anécdota, de la que él debe estarse enterando ahora, y vuelvo a pensar ahora en cuántas cosas funcionan como ese ecosistema de plagas que se mantenían en equilibrio. Me sorprendió hallar esa coincidencia entre mi chiste y las “arañas encargándose” en el título del poema y del libro. Claro que él supo hacer algo más bello de esa imagen, pero me intriga: ¿por qué será que, tanto yo como él, llegamos a la idea de darle ocupación a esos animales? ¿Será que nos parecen perezosos?
No creo que podamos decir que las arañas no trabajen. Al contrario, siempre que hablamos de ellas, las imaginamos laboriosas, tejiendo día y noche. Pero es verdad que tienen un trabajo calculador, especulativo, un tipo de trabajo que siempre ha sido objeto de críticas morales.
Porque la labor de la araña es receptiva. Espera que algo aparezca cerca para atraparlo. Así como pasa en la literatura, la recepción ahí requiere un tejido. A los críticos literarios les gusta decir que toda lectura precisa de otra escritura sobre el texto. Encontrar sentidos requiere de construir uno nuevo, apoyado en otras palabras, construyendo nuestras propias estructuras sobre el original. Creo que algo de eso es lo que estoy haciendo sobre el poema de Ramiro. Me vuelvo un poco araña.
Mientras él va y trae imágenes y palabras del mundo, el poemario pide que nos encarguemos, que trabajemos, que armemos nosotros el tejido.

Fabián Chazarreta.

Existe una “división del trabajo” en este ecosistema. Es necesario que algunos se encarguen de unas cosas y otros, de otras, para que las plagas se mantengan en equilibrio. Ramiro hace necesaria una coexistencia entre el pulpo, que sale a cazar, a experimentar la vida y la araña que se queda tejiendo tramas, que es racional, venenosa.
Bien sabemos las derivaciones que tiene hoy el término “redes”. Él a las redes las consume mucho, sí. Seguramente, como todos nosotros, cae como mosca en ellas. Pero eso de las redes no es algo con lo que a Ramiro nunca le haya interesado trabajar demasiado. Ese trabajo de autocomercialización que las redes le exigen al artista es demasiado empresarial para su espíritu bohemio. Ramiro no quiere ser un cryptobro, un hombre “altamente exitoso”, un entrepreneur. Aprendió a desoir las alarmas, dice. No se levanta a las 6.30 AM ni hace ayuno intermitente. Esos imaginarios de autoperfeccionamiento no le interesan, ni saber cómo sería la vida ideal. A él le interesan las múltiples formas de vida existentes: la gente pulpo, la gente araña, la gente gorrión, la gente paloma.
Por eso es que digo que el trabajo de Ramiro es el de un naturalista. Podría, por ejemplo, decir: “ChatGPT: enumera todas las palabras o sintagmas relacionadas al reino vegetal en este pe-de-efe”. Y entonces, copiar: “Claro, Nicolás. Aquí tienes todas las palabras o términos relacionados que aparecen en el archivo “que-se-encarguen-las-arañas.pdf”. Plantas y árboles específicos: baobab, rosa / rosas, laurel, jazmines, romeros, margarita, sauce, mandarinas. Partes de plantas / elementos botánicos: semillas, maderas, espinas, mazorcas, hojas / hoja, ramas, jardín, planta (ej. “una planta de rosas”), maceta, frutas, corazones de las frutas, nido (usado metafóricamente, pero también vegetal en origen), huertas. De cultivo y agricultura: sembré, cosecha, maíces, espantapájaros, granos de maíz, campo (implícito en “huellas”, “monte”, “matorrales”), prados, paisajes, monte, matorrales, árbol, verde oscuro, verdor de las hojas. Metáforas: florecerán, flor, perfume (asociado a flores/frutas), una flor que acuna en una oreja, tierra, hoja de sauce, ramas de tu jardín herido….

Juan Manuel Rizzi.

Se ve que ChatGPT puede captar mucho sobre “representaciones”, sobre todo, mientras más comunes sean, pero nunca sería suficiente para captar las presencias, o las formas en que se habitan estos poemas. ChatGPT nunca olió una flor. Tampoco sabe lo que es el “olor a pis y rata”. Quizás porque el gusto y el olfato son sentidos que no podemos simbolizar. Son sentidos improductivos: no se puede impartir una orden a través del gusto, no se puede contar dinero oliéndolo. A las computadoras nunca se les dio bien trabajar con ellos, tampoco. El gusto y el olfato tienen otro tiempo, inabarcable dentro de los microsegundos y los nanosegundos de la computación, y más cercano al de los textos de Ramiro: precisa un detenimiento, como el de quien pasa un trapo de piso o quien piensa en el subte.
En lo que él escribe, tampoco son protagonistas las abstracciones, las representaciones. Es nuestra labor traer a los conceptos, incluso cuando yo hablo del doble, del texto, del “poema”, siquiera. En los textos de Ramiro, el protagonismo se lo llevan las cosas, que son mudas y necesitan de nosotros para tejer algo alrededor de ellas. Las arañas, para Ramiro, también somos nosotros, aquí presentes. Tenemos que tejer una red y llenarlo todo de telarañas, es porque necesitamos de algo con pasado, que es el lugar donde las arañas suelen tejer sus telas. Este texto es una reivindicación de lo anticuado. Es difícil no caer en la moda de repetir: “lo viejo funciona”, pero más bien quisiera referirme a que “alguien tiene que ser el viejo vinagre”. Es decir, necesitamos de una crítica literaria fuerte y ácida para moldear nuevas lecturas y escrituras. Algo más que un contador de visualizaciones y megustas, algo que atienda la calidad antes que la cantidad. Y esto requiere de críticos que escriban y de escritores que no lean especulativamente al público, sino que se lean entre sí.
Y como soy yo también araña, se ve, me encargo. O me hago cargo. Hagámoslo a la antigua. Chau, ChatGPT.
— ¿Estás seguro, Nicolás? Aún no hemos terminado el texto. Puedo ayudarte a…
Basta. Cerrar.
Les pido ayuda a ustedes, entonces, para tejer esta red y extenderla. Mientras tanto, que los poetas como él sigan explorando, como pulpos, soltando tinta sobre el mundo, consciente e inconsciente, como envolviéndolo en un abrazo, “queriendo abrazar a los hermanos / que podría tener y la paz del alma”.
Hace un tiempo que llevo pensando en lo necesaria de una comunidad para la existencia de una crítica literaria. El escritor conoce al editor, el editor conoce al librero, el librero conoce al público. Hoy esas relaciones están mediadas, cuando no reemplazadas, por el algoritmo.
Ramiro, en su navegación por las profundidades, desperdiga tinta a mansalva, mientras nos invita a nosotros a imitar su trabajo a través de la lectura. Esta invitación a poner manos, muchas manos a la obra, a cargar de potencia la lectura de poesía y la literatura, va en contra de ese algoritmo omnipotente, del facilismo de esperar todo resumido, curado. Si internet propone una novela escrita por programadores y por CEOs, Ramiro nos propone otro tipo de lectura: una laboriosa, una donde las redes no están dadas.
Acaso así podamos armar un ecosistema de plagas como el que mencioné antes, de pulpos y arañas, la plaga de los escritores y de quienes leen, para restituir alguna forma de vida después de tanto apocalipsis.

Ramiro De Mendonça.

Adquirir el libro.

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