Narrativa

Me gustaría describir Zapiola

Me gustaría poder describir mejor Zapiola. La casa. El campo que la rodea. El camino de atrás. Me gustaría contárselo a alguien que viva lejos, en otra provincia, otro paisaje, en otro país. Un mail bien largo y que quien fuera que lo reciba, leyéndolo, pudiera ver Zapiola de verdad, como si estuviera acá, como si las palabras fueran Zapiola, como si las palabras fueran esto.

Pero en la página escrita, un paisaje no es paisaje sino la textura de las palabras con que se lo nombra, el universo que esas palabras crean.

Vivir el paisaje es una experiencia primitiva que no tiene nada que ver con el lenguaje. No me enfrento a describir un paisaje a menos que se lo quiera contar a otro que no lo conoce, y en general prefiero dar solo un par de detalles, porque sé que al final es un esfuerzo imposible.
Vivo el paisaje con la vista, con la piel, con los oídos, pero no lo pongo en palabras. Ni siquiera lo intento. O lo intento solo acá, para mí, palabras clave para no olvidar. Palabras puerta que dentro de diez, quince años, cuando pase el tiempo, me abran al recuerdo de mi cuerpo moviéndose por estos lugares, a las sensaciones y sentimientos de esta época de mi vida.

Primero hay un nombrar íntimo, descuidado, bautismos como hitos para compartimentar el paisaje y domarlo: el camino de la casa abandonada, el camino del bosque en rectángulo, el montecito de álamos plateados. Formas de colonizar la pampa con etiquetas.
Solo cuando aparece el otro empezamos a nombrar de verdad. A separar el paisaje en partes. A prestar atención a qué es lo más notable, qué dos o tres elementos claves habría que mencionar para que el otro pueda reconstruirlo: categorizar, priorizar, seleccionar. Todas maneras de describir, de poner en palabras para el otro, para que el otro, de alguna manera, aunque sea vicaria, pueda formar parte de la experiencia.
Replicar la experiencia en el lenguaje, aunque el lenguaje no transmita la experiencia.
Que leer la descripción del caminar por el campo abierto sea como caminar por el campo abierto.
Virginia Woolf, buscando reproducir en sus oraciones el ritmo de sus paseos. Adjetivos como curvas, adverbios como cuestas, subordinadas como desvíos, asonancias y cacofonías como basura a la orilla del camino.

Misteriosamente, ese contar el paisaje que en principio parece condenado al fracaso, también termina engrandeciendo el paisaje. Intentar nombrarlo, me obliga a mirar en detalle, mirar en profundidad.
A veces, hay cosas que, si no nombramos, no existen: una determinada nube, un determinado árbol, un determinado yuyo.
Nombrar el paisaje también da un cierto/falso sentido de propiedad.

Federico Falco: Los llanos (Anagrama, 2020).

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