Sociales

Un día de pesca en los bañados del Salado

Relevamiento en laguna La Boca de Pila.
Por Sergio Massarotto.

Fue uno de los últimos sábados de junio, cuando se anunció la temperatura más baja de lo que iba del año. Aun así, a las seis de la mañana empezamos a cargar los equipos, acomodar el auto y para las siete y algo estábamos en la Ruta 3 cargando el GNC de rigor. El viento no venía del sur, por lo que calculamos a vuelo de pájaro que la temperatura no sería tan dañina. Con todo, la ropa abundante hacía un buen espesor para aguantar lo que la pampa nos depare. Entre dos o tres pares de medias, pantalones jogging por debajo de algún jean, remeras, camisetas, pullover, buzo más el gorro de lana completaban las paredes entre el cuerpo y la realidad primera.

Siete y media, no digo mal, agarramos Ruta 3 con destino al partido de Pila. Barbijos en sus lugares, algo de ventilación cruzada, cuatro que nos dispusimos a buscar pesca en los bañados del indomable y áspero Río Salado. Paramos a la altura de Abbott y agenciamos dos porciones de mojarra chica en buen precio más una infaltable de lombriz, se veían enérgicas, rojas y firmes. Después fue todo ruta libre. Pasando Monte, en la curva de la laguna de La Virgen se completó el amanecer tardío de pleno invierno. Hace tiempo, en un asado, escuché que la misma fue comprada por unos malayos que prometieron degollar a sus peones si estos llegaban a entrar lugareños a pescar.  

Se habló de vacunación, calidades, cantidades y efectos secundarios. Pasamos Belgrano, la cámara/radar de Pila (aunque es famosa, tenga cuidado pescador y aminore), cruzamos el arroyo San Miguel, las cuchillas extrañas que cortan el partido pilense y a la derecha dos cubiertas de tractor pintadas de blanco nos indicaron la entrada a la laguna. Camino de tierra, unos mil metros aproximadamente y aparece el espejo milenario.

La laguna hasta no hace poco se llamaba San Lorenzo y tuvo una vida complicada que alternaba crecidas y sequías con demasiada y rápida regularidad. En otros siglos al sur de la misma moraba el indio y de este lado el criollo y los fortines. Ambos bandos la llamaban La Boca por la desembocadura al arroyo San Miguel, nombre que fue recuperado por los actuales administradores.

En la entrada nos recibió una señora con mucho frío que afirmó, rápida, que no íbamos a sacar nada porque el agua estaba muy planchada. Pagamos la entrada de $500 cada uno y pasamos igual. Recorrimos la amplísima costa del espejo. Es muy limpia y está también muy bien organizada con paradores provistos de parrillas cada unos veinte metros. Elegimos el último, justo en la desembocadura, y armamos.

Primero buscamos el pejerrey, pese a todo. Líneas con dos o tres boyas yo-yo, cañas largas, mojarra de carnada. No pasó nada. Fuimos ganando un lindo lugar en una lengua de lodo que da justo al punto donde se unen laguna y arroyo y ahí empezamos a probar para variada. Jacobo acertó con una línea de boya zanahoria y sacó el primer bagre grande, limpio y de tonos plateados, lo que mostraba una buena salud del agua y su fauna. A esa receta nos acoplamos Sebastián y yo e intentamos todo el día, como quien encuentra un pozo de agua en el desierto y no se quiere alejar. Para el mediodía rondábamos los seis bagres de buen tamaño. Hay dos pecados que corroen al pescador bonaerense: la envidia y el pesimismo. Aunque mínimas, no faltaron expresiones de ambos males que supimos leer y contrarrestar prestando una parrilla portátil y conversando con los demás asistentes. Pusimos amor y el clima se volvió fraterno.

Al tiempo Pablo preparaba un poco de cerdo en el fogón. Llamó a comer y pronto estábamos en la mesa los cuatro y los puñales. El día era soleado, no había viento. Le dije a Pablo qué lindo está todo esto. Sí, me contestó y mientras masticaba a medias, agregó: lo que pasa es que antes el horizonte aquel, por allá al sur o a lo sumo por el oeste lindaba con el manto de Dios, y si soplaba del este y caía la tarde, entre el silencio, por ahí llegaba el olor a azufre de la entrada al infierno, allá atrás de Castelli; ahora mirá –y movía el cuchillo señalando al aire- se ven los camiones, se escucha el zumbido de los motores, ya no hay pampa hermano, ya no hay pampa. Y cortó cerdo para todos en una tabla generosa, y comimos y también bebimos.

Se llega por la Ruta 41. Línea de boya de zanahoria con tres anzuelos y un poco de plomo para que trabaje en el fondo. Mojarra chica de carnada, anzuelo de mediano tirando a chico. Fundamental llevar botas.

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