Narrativa

Villa Violín

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LA LÍNEA DE FLOTACIÓN

Ahora que no sabía dónde estaba ni había un lugar para volver, la flotación parecía lo más natural y llegó a sentirla cómoda. Aunque no sabía que flotaba. No tenía ni casa ni familia ni ciudad ni presentimientos ni futuro, y tocar el violín no era ya un deseo imperativo como antes sino una especie de circunstancia secreta que podía guardar para días mejores si alguna vez llegaban.
La nostalgia por su tierra, que en esas circunstancias hubiera sido un buen alivio, no podía aflorar, oculta por el recuerdo de la pobreza, la mortalidad infantil, el saqueo policial de su casa que provocó que sus padres se borraran del mundo.
Sintiendo que sus raíces vacilaban, apelaba a la infancia, a ver si hallaba una patria por allí. Y allí encontraba, dibujados en el cuaderno de tapas duras, el Cabildo (mucho más grande que el de la realidad), la Pirámide de Mayo (igual de pequeña aquí que en el cuaderno), la Casa Rosada, que nunca había dibujado pero que ocupaba un lugar en sus recuerdos infantiles. Y todo parecía una simple ilustración, una página del Billiken, un poema patriotero.
Flotar en Buenos Aires no requería ninguna técnica; bastaba ser un cabecita negra, todo lo demás venía solo. Su condición de forastero era así como la vejiga natatoria de los peces. Ni siquiera hacía falta quedarse quieto, ni esperar alguna brisa; se flotaba por propia imposición de la atmósfera. En las tardes otoñales, cuando las mujeres se asomaban a la calle a cerrar sus ventanas, veían ondear, más que los flecos de su poncho, al propio Triclinio, a quien confundían con un trapo sucio que se llevaba el viento.
El viento, junto con las hojas secas que arrastraba, lo llevó hasta un suburbio industrial donde unas obreras protestaban por las condiciones de trabajo, decididas a marchar hasta la Plaza de Mayo para manifestarse ante la Casa Rosada.
En cuanto intentaron moverse apareció en la esquina, como una gigantesca pesadilla, una patrulla provista de gases de todo tipo y animales del zoológico debidamente adiestrados para esta clase de disturbios, mordiendo las piernas de las muchachas mientras las mangueras de los camiones arrojaban sobre ellas líquidos paralizantes.
Estos alcanzaron a Triclinio, que fue barrido, por la presión de los chorros, como si se lo llevara un huracán, hasta el final del suburbio, donde quedó tendido junto a una laguna.

11
AMERIKA

Unos hombres con rasgos angeloides, que iban saliendo de unas casitas absurdas y armoniosas, se acercaron a Triclinio y le ayudaron a levantarse y caminar.
—Bueno, ya estás aquí, ya ha pasado todo lo difícil –le dijeron.
Lo tomaron con cuidado extremo, como si se tratara de un violín, y sin dejarle asentar los pies en el suelo lo llevaron, bordeando la laguna, hasta las primeras calles del barrio que habitaban.
Parecía el decorado de una ópera con miles de personajes y años de duración. El centro del barrio era un gran puente de madera calada, con dos paseos a los costados, en forma de ese. Sobre el puente, como si se tratase del texto de una leyenda explicativa, había una gran clave de Sol hecha con alambres entretejidos.
—Esto es “Villa Violín”, un barrio de emergencia donde vivimos los violinistas que ya no tenemos ninguna posibilidad, entre otras cosas por ser artríticos – dijeron mostrándole los dedos de las manos, retorcidos por efecto de las aguas heladas que diariamente les arrojaban desde los camiones antidisturbios.
Vista desde el aire, la pequeña ciudad de los artríticos tenía la forma perfecta de un violín, separada de la capital por una pequeña laguna y una vía férrea corva cuyo recorrido constituía una parte del contorno del instrumento. Los grupos de población más numerosos se concentraban en la Tastiera, o avenida principal, y en los populosos barrios de la Mentonera, el Puente y las Clavijas.
Lo llevaron a vivir a un ranchito de lata junto a la del Re, con vista hacia un sector más decoroso del barrio, ubicado más abajo, donde se encuentran las notas de la primera posición, habitado por asistentes sociales que habiendo ido a estudiar de paso esa “Villa Miseria” terminaron formando parte de la misma.
—Son buena gente que se interesan por nuestros problemas, como si fueran del gobierno aunque no lo son. Pero de música no entienden nada, no tienen la más remota idea; de modo que no saben cómo mirarnos -dijo un joven reumático.

El trino del diablo (1974, reescritura de 1988), Daniel Moyano.

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