Adolfo Bioy Casares y el otro Sur. Última comida con Borges
Al TdL del Instituto Cultural.
“Aún a los narradores de relatos fantásticos les llega la hora de entender que la primera obligación del escritor consiste en conmemorar unos pocos sucesos, unos pocos parajes y, más que nada, a las pocas personas que el destino mezcló definitivamente a su vida o siquiera a sus recuerdos. ¡Al diablo las Islas del Diablo, la alquimia sensorial, la máquina del tiempo y los mágicos prodigios! nos decimos, para volcarnos con impaciencia en una región, en un pago, en un entrañable partido del sur de Buenos Aires”.
Adolfo Bioy Casares. El héroe de las mujeres.
“Para Amorín, el mejor libro de nuestra colección era Predilección por la miel de H. F. Heard. Esta preferencia se debía a las circunstancias de que Amorín tenía en su casa de El Salto un colmenar. Me hizo gracia que un escritor profesional admitiera razones como la señalada para preferir obras literarias. Con el tiempo comprobé que a todos razones de ese peso nos guían en nuestras simpatías y diferencias”.
Adolfo Bioy Casares. Memorias.
La obra de Adolfo Bioy Casares, a excepción quizá de La invención de Morel, suele transcurrir como una sombra mágica detrás de la de Jorge Luis Borges. Una magia modesta, según uno de sus títulos. A pesar de que su Borges doblega en páginas a la novela argentina más larga y vuelve a un diario lo más significativo de nuestra literatura en lo que va del siglo XXI, y no exclusivamente por Borges (no, de hecho). Pero ¿qué pasa con la obra de Bioy detrás de la montaña de valoraciones, reconversiones, extractos críticos, filosóficos, científicos o solo de perfume de la obra de su amigo, que ya amenaza con tapar la lectura del mismo autor? Quizá haya que hacer un rodeo. O decir bruscamente con Rodrigo Fresán: “no solo digo que Bioy me gusta más que Borges, sino que es mejor”. Pensemos. Primero: Bioy tiene que ver con Borges. Segundo: Bioy no es Borges. Tercero: Bioy es irrefrenablemente Bioy, casi siempre. Más o menos, lo que sigue.
Una comida más con Borges
El hecho de que Borges considerara a El Sur (Ficciones, 1944) uno de sus mejores cuentos, nos habla de una huella, una reescritura dentro de su obra; no de una creación aislada. Que nos lleva además a un período en parte excluido de las obras completas con el autor en vida, los ensayos El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928), o corregido sin piedad, como el caso de su primer poemario Fervor de Buenos Aires (1923). Los poemas El Sur, Arrabal, Caminata de este libro más que una prefiguración resultan el portón de entrada al sentido y (de) lo sensorial:
Olorosa como un mate curado
la noche acerca agrestes lejanías
y despeja las calles
que acompañan mi soledad,
hechas de vago miedo y de largas líneas.
La brisa trae corazonadas de campo,
dulzura de las quintas, memorias de los álamos,
que harán temblar bajo rigideces de asfalto
la detenida tierra viva
que oprime el peso de las casas.
(Caminata)
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor a jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
(El Sur)
Muchos trajinaremos el resto de la obra tratando de reencontrarnos con este Borges flâneur, el de la cercanía con las cosas, que en rigor, se extiende hasta su tercer poemario Cuaderno de San Martín (1929).
En el breve ensayo “La pampa y el suburbio son dioses” de El tamaño de mi esperanza, llega al grado más alto, quizá anunciando el olvido voluntario y el borrón posterior, al decir “de la riqueza infatigable del mundo, sólo nos pertenecen el arrabal y la pampa”. Se adelanta esta mezcla, que no es caprichosa y tal vez necesaria en un porteño, del arrabal o el suburbio con la pampa. “El Sur –siempre el uso de la mayúscula, notamos- empieza del otro lado de Rivadavia…quien atraviesa esa calle entra un mundo más antiguo y más firme”, escribe en el cuento El Sur. Por su identificación con el Sur, el arrabal apenas llega a ser su metonimia.
Arriesgamos otro vínculo, desde otra lectura evidente: la relación del Sur con lo indeterminado –que desde Sarmiento la “barbarie” y la misma pampa sugieren-con el despliegue sensorial de los primeros poemarios y luego el valor del coraje ante lo desconocido, donde irrumpe el destino.
En El otro, el mismo (1964) el poema Insomnio fechado en 1936 en Adrogué, habla de una experiencia que ya busca ser cancelada:
Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida: soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.
Alambres, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.
Creo esta noche en la terrible inmortalidad
¿Conurbano? Arrabal ya suburbio sin metáfora de rescate, sin la pampa como pulso antiguo ordenador, desorden, para el autor “la terrible inmortalidad”, tan distinta a la límpida e inteligible eternidad. Laberintos, bibliotecas, griegos, antepasados europeos; ya no calles, atardeceres, aljibes, zaguanes, Rosas, tampoco Sarmiento. Aunque a la vuelta de otra esquina, para “unos ojos sin luz”, “el destino sudamericano…el íntimo cuchillo en la garganta”. En otro poema de El otro, el mismo, título del libro de un Borges que ya se sabe multiplicado en espejos no siempre propios, la despedida:
Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta,
y hay un espejo que te aguarda en vano
(Límites)
Adolfo Bioy Casares: el otro Sur
Si para Borges el Sur es el coraje (o la falta de él) y el destino, ¿qué puede ser para Bioy? Las fuentes son la novela El sueño de los héroes (1954), y en especial su narrativa breve compuesta de nueve libros entre cuentos y misceláneas. En El sueño de los héroes, el protagonista Emilio Gauna, un joven del barrio de Saavedra, gana a los caballos, suma con la que pretende revivir tres noches de carnaval que habían llegado a una misteriosa culminación. La periferia real y vivida por advenedizos en la ciudad hacen de la novela una progresiva frontera: geográfica y social (centro y periferia), psicológica (sueño y realidad), y finalmente temporal, la reviviscencia ansiada por el protagonista. A diferencia de sus dos novelas anteriores, dentro del género de ciencia ficción, en El Sueño de los héroes los personajes emergen del Buenos Aires de finales del ’20 sin mengua alguna del escenario, son las vivencias de los protagonistas (Gauna, en particular) las encargadas de desafiar las leyes de la realidad. Esto será una constante en la obra de Bioy que sigue.
Borges, a la inversa, calcula cierta ajenidad del escenario del relato desde el comienzo, temporal y espacial o ambos. De manera que nos encontramos con que las descripciones aumentan a mayor distancia del espacio y el tiempo. En Los dos Borges, Ernesto Sábato menciona la aspiración matemática, genérica de Borges, x de una ciudad cualquiera que se nutre en desmedro de la particularidad del lugar, el mapa que devora el territorio. Lo apariencial no es solo búsqueda sino también punto de partida. Bioy, en cambio, apegado al territorio, parte de una realidad factible: un pueblo, una estancia, una playa, aun desfiguradas, oníricamente detenidas, en vías de lo fantástico.
De toda la cuentística de Adolfo Bioy Casares, por primera vez en un solo tomo (Emecé, 2018), caemos en la tentación de comenzar con Homenaje a Francisco Almeyra (Historia prodigiosa, 1956), donde parece poner a funcionar varias de las operaciones borgeanas en los relatos históricos: la reivindicación mediante el coraje de la prosapia familiar o nacional, y la patria a resultas de una batalla corregida o su reverso. Francisco Almeyra es un poeta exiliado a Montevideo a causa de Rosas, donde recibe los acontecimientos de su país:
“Videla anunció:
—Traigo una novedad.
—¿Una gran novedad? –interrogó Almeyra.
—Una gran novedad –repitió Videla-. La revolución del Sur ha estallado.
—Todos los días ha estallado –comentó melancólicamente Almeyra-. Todos los días hay una gran novedad.
—Tú siempre miras las cosas por el prisma de tu descreimiento –protestó el amigo-. La novedad de hoy es verdadera.
-Almeyra afirmó:
—Todos los días es verdadera, pero nunca pasa nada. El país entero lleva luto por doña Encarnación y Rosas está más fuerte que nunca”.
Es conocida una de las operaciones borgeanas con la historia: un hecho ocurre solo porque ya ha ocurrido antes. Almeyra regresa a su país para unirse a la revolución de Los Libres del Sur de 1839, finalmente sofocada por Rosas. La escritura de este cuento de Bioy se concibe hacia 1952 pero se publica, recordemos, en 1956. Igual que Juan Dahlmann al tren de El Sur de Borges, Francisco Almeyra se embarca sonámbulo; escribe Bioy: “Dando vivas a la patria y cantando llegaron al puerto. Durante los minutos que debieron esperar para embarcarse, Almeyra tuvo la impresión de que todo era irreal, de que estaba soñando”. El protagonista no cambia de bando como en Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, pero entrevé oníricamente esa región donde “un destino no es mejor que otro”. Hay muerte. Pero es absurda. Rosas siempre gana. Almeyra va a su degüello. Pero en el paso previo reconoce a la patria, que acecha en lo desconocido. “La patria es el otro”, una línea tan borgeana como de Bioy en este cuento:
“…en estos parajes donde nunca había estado (y, precisamente, por no poder identificar ninguna circunstancia topográfica), reconocía la patria. La oía gritar, salvaje, con los pájaros que sobrevolaban la laguna y la veía extenderse, infinita, en la trémula inmensidad del pajonal…Almeyra sintió algo que podría expresarse aproximadamente así: ahora que estaba en la patria era invencible. Levantó el fusil y volteó a su primer hombre”.
A pesar de esta y otra contada excepción, el extrañamiento en Bioy es de primera mano: no necesita recurrir a una aldea probable en la llanura o a un Oriente posible, se trata de lugares que conoció. En el caso de la provincia de Buenos Aires el Ferrocarril Roca, que une Constitución con Las Flores, donde la estancia paterna, los caminos principales y alternativos que unen esa localidad con el resto de sur de la provincia, los acantilados que continúan la costa de Mar del Plata. Y se agrega un elemento, hasta extraño en la literatura de la época, donde Bioy, como en otros lugares, deja la marca, bien que suave, de su clase social: el automóvil. El tren que toma Juan Dahlmann (y todos los trenes, podríamos decir) tiene algo de decisivo e implacable, prefijado tal su horario. En el auto, en cambio, se pueden unir los mismos puntos con distintas variaciones en el medio, espaciales y temporales, y volver a recorrer el mismo camino, que en Bioy, suele desencadenar lo fantástico (en El sueño de los héroes recuperar las vivencias repitiendo las tres noches de carnaval en los mismos lugares, etc.). Del mismo modo con los atajos. En el cuento El atajo (El gran Serafín, 1967), Guzmán, un viajante de comercio, en las extrañas circunstancias de un viaje a Rauch pierde a su amigo, pata de lana, fuente de celos por Carlota, su mujer. La línea más clara del cuento exhuma: “Varios mundos, varias Argentinas, varios futuros que nos esperan: en uno u otro desembarcaremos de pronto”. Los senderos que se bifurcan, las paradojas y los tiempos paralelos en Bioy, a menudo, no solo conllevan alguna máquina –autos, trenes, aviones, la de Morel- y algún acontecimiento político (en El atajo una “revolución” previa al peronismo, acaso la del ’43) sino también algún elemental drama humano, los celos, una aventura prohibida con una mujer, entre los preferidos.
En el mismo tomo de cuentos de El gran Serafín, La tarde un fauno muestra un Sur que termina en espectros, amor aventurado de permanencia imposible. En Los milagros no se recuperan, buena continuación del anterior, todo se suspende en la espera de un tren que no llega. Cuando el viaje irrumpe se ingresa en otro tiempo (en la ciencia ficción de La trama celeste literalmente), y lo que sucede por único o repetido –desde el olvido- nunca es cotidiano ni banal.
El tren que toma Dahlmann antes de empuñar el cuchillo que acaso no sabrá manejar… recorre un mínimo de cuatro horas (arriba 7:30 u 8:00 horas de acuerdo a los datos, y baja al “sol intolerable de las doce del día” escribe Borges). A un promedio de 60 o 70 km/h ese tren ya pasó primero Cañuelas y después Las Flores, pagos de los Casares y los Bioy. El protagonista del cuento de Bioy El Noúmeno (Historias desaforadas, 1986) viaja en tren a Las Flores en 1919 durante la huelga de la Semana Trágica. Nuevamente no se pueden desprender los hechos de lo personal, de lo político, de lo fantástico. En el campo recibe una entrecortada llamada que le comunica una muerte. Arturo se sumerge en la duda y el remordimiento al no poder confirmar si se trata de su querida Carlota. Al volver a la ciudad descubre, con inconfesable alivio, que fue su amigo Amenábar quien se mató. Los cuatro días en la estancia fueron un mal sueño. El protagonista de El Sur nunca despierta en la estancia, tal era su deseo. Borges no nos cuenta el día posterior porque quizá no lo haya. “Dahlmann no pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur”. ¿Un Sur de almacenes, sin puebleros y con duelos a cuchillo? Carlos Vega data en Cañuelas el último cuchillero, ya en decadencia y sin contrincantes, en la primera década del siglo XX.
El Sur en Borges es viaje en el tiempo, completo, no necesita de una atmósfera onírica, le bastan unas coordenadas que el lector no reconozca pero sí pueda creer, considerar. Un giro común en sus conferencias sobre arrabales, gauchos y compadritos era “claro, estoy hablando de una época que ya no existe”. El “toda la literatura es fantástica” de Borges no puede explicar el realismo de sus cuentos si no extremamos la posición a “toda la realidad es literatura”. A veces tenemos la tentación, si de realismo se trata, de considerar a Borges el gran autor argentino del siglo XIX (claro, sus ficciones a secas están en los próximos). En Bioy, en cambio, tenemos conciencia de la realidad y conciencia de lo fantástico (Bioy Casares, un autor del siglo XX).
Bioy es Bioy
Postular un Bioy sin Borges, no solo el huérfano que determinan las palabras de su diario “seguí mi camino sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges” (Borges, 2006) a la muerte de su amigo. Por ejemplo el de la novela La aventura de un fotógrafo en La Plata (1985), donde decide incluir de manera original –a lo Bioy- la desaparición de un muchacho en la ciudad de La Plata, con lo que eso significaba a la fecha de su publicación. En una edición de 2005, veinte años después, explica “no creo que uno pueda soñar una pesadilla tan terrible y no seguir escribiéndola al despertar”. Porque ¿qué tenemos?, otra vez el sueño, la aventura, el amor, compenetrados con el trabajo de un fotógrafo, y la confusión en la que lo adopta la familia que busca a su hijo desaparecido y su posible identificación en el negativo de una película. El libro resulta una ironía melancólica, consecuencia de entregarse a la seducción de lo desconocido, con el peligro de asesinatos que no parecen asesinatos, muertes que no parecen muertes, y desaparecidos que pueden no ser tales. Turbulencia al borde de la comedia negra, que ya había detonado en Diario de la guerra del cerdo (1969), novela que alguna vez dijo preferir no haber escrito.
Como ocurre en las barriadas porteñas de El sueño de los héroes, La Plata en La aventura…es una ciudad-pueblo limitada a unos pocos migrantes. En sus memorias confiesa que es la búsqueda de modestia que le hace elegir gente de pueblo, y “porque creo imaginarla mejor que otra gente”, pero también porque “a los pueblos les conviene reírse un poco de ellos mismos”. En el cuento El calamar opta por su tinta (El lado de la sombra, 1962) se siente esa leve -pero no por eso menos persistente- risa, que recorre toda su obra. “Más ocurrió en este pueblo en los últimos días que en el resto de su historia”, y enumera los hechos “notables”comunes a todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires: su fundación, el peligro del malón, visitas de gobernadores, deportistas y artistas, y su primer Centenario. En El calamar…recibe la visita de un extraterrestre, el más pueblerino de todos (¿adelantado veinte años al E.T. de Spielberg?) que nadie verá antes del inaprensible final, por el miedo a perder ese precario y a la vez tirano orden de los pueblos, incluida la siesta, tratando a lo desconocido como una nimiedad más. De manera que la representación del otro y la dificultad de comunicación, tópicos en la ciencia ficción de alienígenas, en Bioy se despacha en diez páginas y apenas lo notamos.
En las memorias citadas, Bioy cuenta el origen de un proyecto literario fruto de sus años en el campo de Pardo: “Quería describir el campo de la provincia de Buenos Aires como un lugar aparentemente benévolo, desprovisto de fieras que permitieran aventuras extraordinarias, pero que poco a poco destruía a sus pobladores”. Para lo que realizó verdaderos estudios, llevó muestras de agua a laboratorios, en busca de algún perjuicio evidente. Sin embargo fue en el mar, en los acantilados al sur de Mar de Plata, donde escribió su Apocalipsis. El gran Serafín, del libro homónimo de 1967. Antes había elegido la misma locación para Cavar un foso (El lado del sombra, 1962), acaso su mejor policial. Bioy abre en la literatura argentina, de alguna manera, esta geografía a lo fantástico y lo poético, que Borges en El tamaño de mi esperanza había decretado “ningún criollo litoraleño” supo ver.
Bioy se disculpa por traer a la sátira, además de los pueblos, a la mujer. (¿La misma búsqueda de modestia?), “porque son los seres que más ocupan mi atención y con los que tengo más conflictos” (Memorias, 1994). Sinceridad personal y artística, por lo tanto. En La intrusa de Borges (El informe Brodie, 1970), último libro de cuentos de este autor, da la impresión de que el maestro recoge un tema redundante del alumno: los celos entre hombres por una mujer, y donde ocurre algo a lo que Bioy nunca llega: su asesinato (la enfermedad, un accidente serían sus alternativas). No solo porque en Bioy como para Nietzsche “la verdad es mujer” sino porque eliminaría aquello que “completa la educación y forma el carácter” (Todas las mujeres son iguales, 1959) en el trato con ellas. El orgullo masculino y familiar que lleva a los hermanos de La intrusa a cometer el crimen en Bioy hubiera sido ridiculizado. Leer las mujeres de un grupo de cuentos, tomemos, por ejemplo, su recopilación Historias fantásticas (Paulina, Olivia, Leda, Milena, Flora, Lucía) da un panorama harto complejo y abierto, una verdadera odisea por mujeres siempre dominantes, a su modo, manejando la sortija y carrusel según la canción de Charly García.
En El héroe de las mujeres (El héroe de las mujeres, 1978) (“el héroe de las mujeres no siempre es el héroe de los hombres”), vuelve otra vez a una estancia de Las Flores, un casco abandonado donde ocurren hechos de fábrica bioyeana: la influencia del sueño en la realidad. El sueño con sus imágenes preclaras se adelanta. ¿Qué logra Bioy al sumergir estos parajes dentro del sueño? El despertar otro mundo y despertar en el mundo una grieta hacia un desconocimiento: el destino, que no está escrito en un billete o una moneda, en un libro indescifrable o una cobardía inconfesable, sino en otra realidad, la del tenue, y por un prodigio, transferible sueño; íntimo y desconocido. Puesto a caminar en obras anteriores: En memoria de Paulina, Moscas y arañas, Un sueño en cinco etapas; duplicación que trastorna la realidad iniciada en La invención de Morel (1940), y reescrita en el cuento Los afanes (1962), donde un simple bastidor es capaz de conservar un alma.
Si el sueño es anticipatorio, en el sueño debe estar la muerte. Aquí el tema de El sueño de los héroes, para muchos su obra más perfecta. ¿Cómo se construye el relato de la muerte en esta novela, si hay anticipación y también un velo que la cubre? ¿Hay que realmente anticipación o es la entrevisión previa la que funciona de atractor y hace que la muerte “se vaya escribiendo”? ¿Gauna va a hacia su destino o lo vive, lo escribe? ¿Clara podría haberlo evitado como personaje y participante de la visión o era ella un hilo más, necesario, para que la muerte ocurriera? Hay que escribir la visión, todas las veces que se pueda, no la muerte, parece querer decirnos Bioy. La muerte es borra tinta, se escribe una y otra vez la visión sin importar que detrás esté la muerte. ¿En qué se diferencia la entrevisión de la muerte de las otras visiones? Gauna, a lo largo de la novela, nos muestra esta “culminación” de la vida como el máximo encuentro y a la vez el total desencuentro. No uno, los dos momentos. La visión de la muerte en la que puede ingresar, decidir, vivir, revivir, es el sueño de los héroes. De nuevo, Bioy cerca y lejos de Borges.
“Qué agradable sería la vida si concluyera un poco antes de la muerte”, escribe Bioy en el libro de misceláneas Guirnalda con amores (1959), género que Borges despreciaba en la opinión de que se trataba de libros póstumos en vida.
*Juan Manuel Rizzi. Director de La Acacia.
Me gusta Juan. Para seguir leyendo, un vicio que nos reúne.
Mirá vos, somos gentes del Sur.
¡Felicitaciones!
Puro spoilers esta nota!