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Dos poemas de Horacio Peroncini

ASFALTO

Me agradan los barrios simples,
casi asomados al campo.
Los barrios donde la luna
duerme en la copa de un árbol,
donde la noche madura
la serenata del sapo
y en el otoño regresa,
siempre, el milagro del charco.
Esos barrios donde el aire
del verano huele a pasto.

Yo sueño un azul de cielos
amanecidos de canto;
la nube que va de viaje
sobre los verdes del campo
Y, acaso, porque los sueños
me saben a cielo y cardo,
se me hace duro vivir
a la orilla del asfalto.

Por eso, a falta de cielo,
armo cielos de retazos
para que surquen la tarde
los pájaros del encanto,
y vamos, el alma y yo,
rumbo a la tierra del campo.
(En tanto aprendo a vivir
a la orilla del asfalto).


VISIÓN RETROSPECTIVA DEL SUBURBIO

Yo digo que así fuiste en un día del tiempo.
Jorge Luis Borges

Allí donde se aquieta la ciudad
-detenida en las márgenes del yuyo-
y el cielo de las tardes pareciera
moverse en un cansado girar de calesita
allí, sobre la orilla del recuerdo,
un demorado tiempo de extramuros.

Ni campo ni ciudad; tierra intermedia.
Frontera que no vemos
lo separa por igual de la piedra y del cardo.
Si ahondamos la mirada
veremos todavía: un corralón
Y un último caballo que, en el filo
de cada amanecer, atan a un carro
que está partiendo siempre hacia el adiós.
Un adiós en etapas
(acaso fragmentado
para no dar la medida del adiós definitivo).

Quédale, además,
—para los días densos de la memoria—.
una insistencia de lugares comunes
que tienen ya
la perennidad y sugestión de la leyenda.

Y quédanle sus noches…
Las noches de su tiempo demorado,
huyendo hacia el alba
apenas que los sapos atenúan
su voz de barro y sombra.
(En esa hora exacta
en que el ángel trotamundo de los perros
sale a beber el sol de los baldíos).

Horacio Peroncini nació en 1915 en Capital Federal, donde conservó residencia durante toda su vida, pero a mediados de la década del 50 encontró un solar de quietud para su carácter introvertido en “El grillo”, su vivienda en Vicente Casares, partido de Cañuelas. El poeta y guionista asturiano Joaquín Gómez Bas, lo describió: “Físicamente lo tengo bien presente: un hombre menudo, vestido de gris, tristemente risueño. Respetuoso y tímido, me daba la impresión de que siempre estaba buscando una puerta abierta para desaparecer”. Quizá por esto encontró en Vicente Casares su lugar en el mundo, donde escribió la mayoría de sus obras.

Poeta, narrador, ensayista y crítico, Peroncini ejerció también el periodismo en publicaciones de Argentina y Uruguay, especialmente en La Prensa. Gran parte de su obra se halla, aún hoy, dispersa en distintas publicaciones.

Si bien considerada lírica e intimista, su poesía encuentra plenitud en imágenes urbanas y suburbanas, tal lo muestra el libro al que pertenecen estos poemas: Las etapas del canto (1973), aparecido en forma póstuma. Género en el que lo precedieron: Iniciales minúsculas (1951) y Tiempo y paisaje (1954).

“Los cuentos de Peroncini –muchos del género fantástico- se caracterizan por su notable poder de síntesis y su trazo seguro y rápido, que le permite en muy pocas palabras presentar y resolver muy vívidamente la situación narrativa”, escribió Fernando Sorrentino, quien lo antologó en varios tomos de cuentística argentina.

En la Biblioteca Digital de Autores y Autoras de Cañuelas se pueden descargar Las etapas del canto y Habitantes de la ficción (1972), libro de cuentos publicado poco antes de su muerte.

Horacio Peroncini falleció el 26 de septiembre de 1972. A su muerte, la viuda Mercedes Contreras se instaló definitivamente en Vicente Casares donde superó los 90 años de edad y trajo las cenizas de su esposo.

Agradecemos a Víctor Cuello la fotografía y las historias recordadas.

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